SOBRE LA POESÍA DE SIOMARA ESPAÑA

José Martí veía al verso como un compañero. Agradecía poder compartir la dura carga de la vida con su amoroso colaborador, el verso amigo. Con ello revelaba una de las tareas más grandes de las que cumple la poesía entre los que la producen y consumen: transformarse en un generoso polígono para el útil vertimiento de la angustia. Los poetas de verdadero servicio saben que no se escribe con lealtad y vigor cuando el verso es convertido en vehículo de la vanidad artística y el ansia de prestigio y no en el amigo más incondicional y hondo que conoce el mundo expresivo de la comunicación. Hay una ética en esta estética, como ocurre siempre en el mundo interior, que está regido por una profunda sinergia: se debe respetar a quien se nos une tan visceralmente, que llega a ser como alma de nuestra alma, y agradecerle con responsabilidad su prodigioso servicio. No se trata de entrar en una cohorte estilística o en una bandería de la vida literaria, bajo los gallardetes bulliciosos de la última oleada temática o generacional, que todo eso es puro cominillo de escándalo, sino de plasmar vivamente a un sujeto en un objeto de cultura: el poema. El verso, nuestro íntimo camarada, se llenará el pecho con nuestro pecho abierto, y la dignidad del intercambio consistirá en plasmar la representación con veracidad y maestría. La única novedad poética que dura es la intensidad con que un verso y un alma se funden plásticamente en medio de la luz del mundo. Vivimos en un bosque de símbolos, y solo a través de un árbol-espejo se puede tocar la más profunda subjetividad.

Esta es lección capital que tiene aprendida, desde su primer intento público, la notable poeta ecuatoriana Siomara España (Manabí, 1976). No tiene que declararlo, porque en poesía no se declara, como algunos piensan, que hinchan sus ejercicios poemáticos de opiniones, sino que se representa con imágenes fuertes y frescas un mundo interior: en esa implicitud, de carácter plástico, se encuentran activas las matrices reales de las conductas. En los versos de Siomara España se aprecia el honrado consorcio que se establece entre su alma y su verso, y en esa sinapsis productiva, que asoma desde el primer conjunto, se encuentra trenzada su visión del mundo y de la cultura. Luego se irá aprendiendo cómo escribir versos más eficaces o a sortear con éxito las peligrosas sirtes del facilismo y la vanidad o a desplazar la exploración hacia nuevas áreas de lo real, pero la médula de la relación con nuestro amoroso compañero, el verso amigo, ya es percibible desde el principio, porque en ello va, mucho más que la instrucción o el escogimiento estilístico, la hechura misma de nuestra mirada sobre el acto comunicativo. La poesía acompaña a la poeta, porque la poeta –según advertimos en sus libros– acompaña con sinceridad compulsiva a la poesía. La probidad de tan obsesivo intercambio genera un desaprender y aprender continuos, y permite alcanzar la destreza situacional que se necesita para tratar adecuadamente a cada poema como una criatura viva e inalienable. Los buenos lectores de poesía no solo leen los mensajes, sino que también saborean, con rica papila inconsciente, las formas y actitudes enunciativas. El signo lingüístico no es la variante mínima de la poesía, aunque lo tenga como soporte ineludible, sino el signo poético, que es la imagen, y esa imagen, cuando se encuentra ceñida con decoro o conseguida plenamente, entrega toda la información confesional de un mundo interior en incandescencia. El plasma es adherente, y el verdadero plasmador actúa figurativamente porque se ejerce con absoluta emocionalidad.

El reino erótico de Siomara España ocupa una parte esencial de su sistema imaginal. Como los versos fueron tratados con espontaneidad y competencia, cualquier faceta del mundo interior de la poeta es aprehensible y convincente, y se encuentra en correspondencia con otras facetas de su alma y su creación. Sus relaciones biyectivas ofrecen la posibilidad del ir y venir de los análogos, en los que la poesía se muestra como una de las manifestaciones de mayor esfericidad espiritual. Generalmente hay en sus enunciaciones una actitud amorosa, que implica un diálogo de la carne y también del espíritu, pero bajo los destellos alegóricos de un encuentro, que resulta de índole compleja, pues se desplaza entre dos polos: el beso y el veneno, que sesgan sus significados según las presencias o ausencias, las fusiones o desapegos, y que al actuar extremalmente desarrollan en sus distancias otros muchos movimientos de abundosa complejidad y pujanza. Toda la franja emotiva está ocupada por un poderoso impulso, que va y viene de lo exterior a lo interior, del grito al silencio, de los espectros a los cuerpos materiales, de la sombra más inquieta a la más próvida luz: se mueve hacia el pasado bajo diferentes registros sentimentales o se adelanta hacia la íntima utopía con diligente presentización. Esta franqueza y figuratividad de la psiquis se encarna en el poema con economía expresiva, por lo que habitualmente resultan cuerpos sintéticos, y en las ocasiones en que tienden a crecer se agrupan bajo emisiones de semejante temperatura. Dada la naturaleza de sus plasmaciones, la sugerencia reina, obtenida a través de sus procedimientos básicos: el escamoteo de algunos enunciados, que no son necesarios para una comunicación de carácter artístico, y su correspondiente montaje a partir de lo yuxtapuesto y sucesivo; el uso de la elipsis, que suprime para añadir, eliminando el ruido y vigorizando lo expresado; la gravitación sobre el eje simbólico, que convierte la vivencia enteramente personal en una experiencia sensible de comunicación.

En una zona llamativa de su obra aparece representada su estirpe. No hay poeta sin raíces: los que permanecen en los alrededores de su soledad, desconectados de la esencia colectiva que les proveyó en hora temprana el arca imaginal de donde extraen de continuo sus estremecedoras asociaciones, parecen criaturas del aire o el abismo, seres que se han desasido o hunden tamásicamente en el légamo: pueden cantar magistralmente, pero siempre se les extraña la música arbórea de la más cumplida existencia del espíritu. Por alguna parte, en algún momento, las más grandes resonancias incluyen siempre una ventana hacia la cepa invisible, una entrada mágica en el preterido racimo. Qué gratificante y hermoso resulta entonces encontrar en la poesía de Siomara España el recodo de sus raíces, en las que asciende hacia los seres de su infancia, y como quien mira a través de sus asombrados ojos recorremos las cocinas, los patios, las siembras, los gestos, las cosechas, las muertes, los caminos, los rostros telúricos de quienes ahora ya la miran eternamente dentro de sus poemas de apretada gratitud. Un ser humano se cuenta por el número de seres que lleva dentro de sí: hay quienes van solos a través de su destino, acopiando todas las ventajas que acumula el mundo, y hay otros que no pueden atenderse debidamente, pues cargan con una multitud. Los poetas grandes son depósitos de la especie, y, como ya se ha dicho, indudables antenas de Dios.

La aventura moderna de la imaginación comenzó con el dominio creciente de las visiones: todos somos postsurrealistas, y lo único que hemos añadido es el grado extremo de las alucinaciones y su progresivo astillamiento. Cada vez más escindida entre sí y absolutamente incapaz de participar de modo natural en la naturaleza, la especie humana posee ya más pasado que futuro. Los poetas lo intuyen, y avanzan rizomáticamente hacia direcciones de incertidumbre: descosen –aislados en cada página o en continuidad fragmentada– bulbillos simbólicos. Son como nudos de alivio en la demencia, fogonazos para ver bajo la rápida luz las paredes terribles de nuestra cueva alegórica. Cada uno la vive como si fuese vicisitud suya, pero apenas se esculpen en el verso, que es cómplice rapsódico de todos, nos sorprendemos de la semejanza que guardan todos los paisajes individuales del espíritu. Las peripecias mentales que describen los poemas sintéticos de Siomara España nos retratan: esa es la solidaridad de la poesía, que consiste en no saber por qué nos vemos en lo dicho, pero en respirar con la piel que nos dice de alguna secreta manera. Nada como el lenguaje del mito para este tipo de comunicación, en que con la brotación sorpresiva de los sentidos abandonada por el poema ya consumido urdimos una apariencia de diálogo, que por su naturaleza lírica no renuncia a su condición de monólogo eterno. Aquí la poeta nos dinamiza las reverberaciones de lo aprendido en la cultura, sobre todo en nuestro estado primario griego de imaginación. Al concluir la lectura, por la velocidad y simbolismo del diccionario del mundo incluido como paisaje poemático, nuestra razón comprende, como lo anhelaba el deseo pascaliano, que es mucho lo que sobrepasa a la razón, y que al menos parte de ese mucho puede ser comunicado con la poesía, que sabe cómo friccionar el andamiaje cartesiano del sistema de la lengua para comunicar lo inefable.

Aunque el júbilo es cantable, la pulsión de la angustia genera un torrente heurístico. En el mundo interior, mesa oscura donde se amasa el pan lírico con la levadura de la inconformidad, la angustia tiene pozo y horizonte. Es el vapor que emana de la duda, el desencanto, la frustración, la pena, la pérdida, el dolor, la fricción permanente entre lo real y lo ideal, en todos los planos de la vinculación con la realidad. La poesía localiza allí su lanzamiento freático, su urgencia de aluvión y ascenso. Pero las épocas fluyen, y sobre lo que no cambia tan rápidamente en la índole humana actúan las maneras periódicas, las tecnologías de escritura, promovidas por las tendencias artísticas, los climas grupales. Un poeta de avanzada es antiguo y moderno, aprovecha las transformaciones cabales de ahora mismo fundidas con las conspicuas experiencias de la práctica histórica. Desdeña las modas, pero reverencia los modos: modula y modela su mensaje según los mandatos de su vivencia y su concepción del arte y del mundo. Aunque Siomara España es aún autora joven, y se encuentra cumpliendo la evolución imperiosa de sus primeras estaciones, se adivina en su voluntad estilística su carácter electivo y proteico, pues el lector disfrutará composiciones de múltiple estructura dentro de la unidad discursiva que la caracteriza. Tener estilo no es jamás una obligación para un poeta legítimo: el estilo es un diferencial subjetivo, y no supone afiliarse a ningún despótico programa de grupo o tendencia. Quien someta sus piezas a examen notará que a veces, en textos diferentes o dentro del mismo, se advierten recursos de encontradas procedencias, que pueden ir desde el sintagma metafórico de la vanguardia al prosaísmo del exteriorismo o el coloquialismo, del soneto desembarazado al discreto empleo caligramático. Solo ha de cuidar más, o abandonar totalmente, el uso de los signos de puntuación: sujetarlos a una política única durante el desarrollo de una colección es un pequeño ángulo técnico-expresivo que no puede entregarse al desaliño. En su poesía inédita se observa ya una dramaturgia compositiva muy revolucionaria, que evidencia el empleo de una gran energía imaginativa en la distribución ideotemática. Pero siempre, aunque se abran aleatoriamente sus libros, el lector identificará una poesía de elevada temperatura, robustecida por la síntesis, y donde se equilibran la expresión hermética y la abierta comunicativamente.

La poesía de Siomara España crece sobre lo conseguido, y se asoma a nuevos espacios, y despliega formas no empleadas con anterioridad dentro de su trayecto. Los libros de poesía nacen de la autoeducación del ser humano frente al mundo. En arte no se aporta nada nuevo y definitivo si no se renueva profundamente el alma del artista. No hay libro duradero sin acendramiento cosmogónico interior. No basta con verter estados anímicos, hay que verter catedrales del mundo. El verso, ese grato compañero, no provee por sí mismo las estructuras necesarias: todas las operaciones del trabajo se cumplen primariamente en el mundo interior. Concebir, disponer, ejecutar, corregir, las cuatro fases del proceso creador, transcurren complejamente dentro del ser humano antes de pasar al soporte comunicativo y socializarse debidamente, pues la poesía en cuanto manifestación artística consiste en objetivar lo subjetivo a través de imágenes verbales. Viendo en conjunto la obra poética de Siomara España se aprecia su sentido de la responsabilidad humana y artística, por lo que la poesía ecuatoriana ya cuenta con significativas entregas suyas, pero puede esperar en lo sucesivo la aparición de otras magníficas obras, que la enriquecerán notablemente.

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en La Habana, en junio de 2013. Prólogo enviado a la autora, y publicado un fragmento del mismo como nota de contracubierta en Jardines en el aire. Antología personal, de Siomara España, Editorial Mar Abierto, Manta, Ecuador, 2013.

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