Y DE PRONTO NOS LLEGÓ HAYDÉE
Para quienes nos
allegamos al difícil camino de la escritura artística, la literatura para niños
y jóvenes constituye uno de los mayores desafíos. Cada vez más compleja es la
relación entre quienes la escriben y sus potenciales lectores, permeados del
mundo adulto, de los productos audiovisuales y de las nuevas tecnologías —que
ya no son tan nuevas—, pero sí cada vez más competitivas. No obstante, cada año
aparecen cientos de títulos destinados a los más jóvenes y vemos cómo los
autores exploran rutas más o menos trilladas, añaden temas hasta ese momento
considerados tabúes, retornan al mundo de las hadas, crean universos futuristas
o viajan al pasado y sitúan allí a sus personajes y a los lectores. En fin, siguen arriesgándose en pos del sueño
de conquistar la atención de quienes optan por la lectura en sus horas de
asueto. Gracias a esa búsqueda incesante aparecen libros que subyugan porque divierten
y muestran realidades que no hay que esconder o no pueden esconderse,
justamente por ser realidades.
Por un golpe de
suerte, llegó a mis manos un libro así, enviado por su autora, la poeta y
narradora boricua Haydée Zayas. Se trata de la noveleta para jóvenes Y de pronto nos llegó un Norte, publicada en 2014 por Editorial EDP University
de Puerto Rico. Abordando un tema ya común en las últimas décadas dentro de la literatura
para los más jóvenes —la separación de los padres—, justamente porque en la
vida real esto ocurre cada vez más frecuentemente y forma parte de la
cotidianidad en la vida de la joven
población mundial, logra, sin embargo, ser diferente a lo ya visto. Cuenta la
historia sin dramatismos, con un fino sentido del humor, con naturalidad tal
que los personajes y situaciones se tornan tangibles, cercanos, familiares.
Utiliza un lenguaje coloquial, muy local a ratos, pero asequible a cualquier
hablante del español; no desdeña mostrar cuán importantes resultan los
adelantos tecnológicos y el especial modo de comunicarse que ha generado. Todo ello plasmado con gracia y mesura, sin
atacar ni celebrar. Sabe que desterrarlos de su novela sería obviar una parte
de la cotidianidad que nos atañe a todos. Sin dejar de mostrar los conflictos y
sufrimientos que acarrea a padres e hijos la secuela que deja un divorcio, logra
salir airosa porque nunca provoca una lágrima, pero sí muchas reflexiones
acerca del modo en que se puede enfrentar y lo hace hilvanando situaciones muy
creíbles, aunque algunas logren sorprender por inesperadas. No hay personajes
maniqueos, niños dóciles ni completamente rebeldes. Hay tan solo niños y adolescentes,
con su carga de dudas y temores ante lo desconocido, de tristeza por una
situación de la que llegan en ocasiones a sentirse culpables, pero con una
alegría de vivir y descubrir el mundo,
propios de su edad.
—¡Que estoy harta!
—¡Baja la voz que te oyen los vecinos!
—¿Y qué me importan los vecinos?
—¡Que no me grites!
—¡Me vas a volver loco!
—¡Loca me tienes tú a mí!
Este diálogo,
que da inicio a la noveleta, parece anunciar una batalla campal a lo largo de
sus páginas. Afortunadamente, la narración va tomando un sesgo diferente, y
muestra cómo la voluntad de no dañar excesivamente a los hijos con una decisión
que resulta inevitable, el poder de la amistad y la colaboración familiar,
pueden transformarlo todo para bien de todos.
Personajes bien caracterizados,
situaciones creíbles, tensiones bien manejadas, son
algunos de los ingredientes que tornan esta historia en una lectura interesante
y amena. Deseo detenerme en dos personajes que resultan particularmente entrañables:
la tía Mazul y su esposo Zaro. Su sabiduría para tratar a niños y adolescentes es
envidiable y están presentados de un modo que, me atrevo a aventurar la idea, reforzada
por la dedicatoria que aparece al principio, parecen estar, en alguna medida,
basados en personas reales y queridas por la autora. Así de amorosamente los
dibuja.
Guánica —pequeña
localidad del sudeste puertorriqueño— es el contexto escogido para desarrollar
esta historia en que los descubrimientos
de aristas de la realidad no conocidas hasta entonces por Pacopepe —figura
principal en este entramado de aventuras, logran hacerle madurar. El lugar
logra convertirse en un personaje protagónico por la excelencia con que ha sido
descrito, contado y cantado, con un evidente halo de nostalgia de la vida rústica,
cercana a mar y tierra, a gente sencilla, a historias pequeñas que conforman la
gran historia de cada país. La descripción de las playas, de los senderos de su
Bosque Seco, los nombres de cada rinconcito y el porqué de estos, se convierte en
la mejor de las postales turísticas, no solo para quienes viajan en cuerpo, también de quienes lo
hacemos con la imaginación; y el deseo
de disfrutar de un sitio casi idílico como este persiste luego de terminada la
lectura, por la vívida narración de sus encantos naturales y la belleza moral y
humana de sus habitantes. No falta aquí un acendrado patriotismo, un sentido de
pertenencia a una nación y una defensa a la cultura propia. Todo sin una sola
frase que semeje una declaración o una consigna.
Hay en estas páginas
una sensibilidad madura, un respeto a la difícil edad de sus personajes
protagónicos—una niña de ocho años y un adolescente de catorce—cuyo mundo
interior aparece muy bien reflejado, como quien ha lidiado con ellos muy de
cerca, o como quien no ha olvidado igual etapa de su vida: saludable ejercicio
que los mayores deberíamos practicar más para atenuar los inevitables
conflictos generacionales.
Muchas muestras
de amor tiene este cuaderno: a la familia, a los amigos, a la naturaleza, al
país natal, a la vida sencilla y natural, y sobre todo a la necesaria armonía
con los demás y con uno mismo, no importa la edad. Es un libro que cuenta
aventuras y muestra paisajes, es educativo sin ser didáctico, pues no faltan en
él lecciones de convivencia y respeto; es ecológico sin hacer un llamado
explícito a cuidar la naturaleza y, sobre todo, tiene la cualidad de que puede
ser leído y disfrutado por personas de todas las edades, con el placer que sólo
proporcionan los libros destinados a convertirse en inolvidables.
Reyna Esperanza Cruz Hernández
Párraga, agosto de 2017