LOS VERSOS DE ISAIDA VIART

Isaida Viart es una singular poetisa. Habiendo vivido mucho, y teniendo necesidad de comunicar estas experiencias, se ha volcado con pasión hacia la escritura. En ella el ejercicio de plasmación salta la evolución de los oropeles, y se inscribe en la corriente natural de la expresión. Está la lengua tan llena de relaciones internas, y esas relaciones tienen una tradición tan rigurosa y larga, que quien escribe pierde una importante energía expresiva en acomodarlas con elegancia y corrección. Isaida, que no parte específicamente de la literatura para escribir sino de los depósitos vivenciales que necesitan extravasarse, no se demora mucho en estos pormenores. Va directo, con dedo económico y amparador, hacia esos depósitos, la mayoría de ellos llenos de un amargor poderoso. Ella los libera así de la corrosión, pues los envía a los demás para la sorpresa y la comprensión. Y registrando dentro de sí, según hemos podido apreciar los que conocemos su producción sucesiva, a veces, como ahora en estas duras estampas sobre la vida del negro aparentemente pasada, alcanza vidas que son anteriores a la suya, pero que le pertenecen hondamente, y constituyen el sagrado patrimonio de su sangre. Allí ya no hay literatura, ya no reina el saber anguloso de las formas ni los zarcillos del estilo, sino la más pura y descarnada expresión. Se trata de la expresión del hombre y la mujer que nunca han tenido expresión, y que no pueden detenerse a aprender las maneras de lenguaje sin traicionar sus médulas más laceradas. No solo se tienen deudas con los coetáneos, también las hay con los que nos proporcionaron la estatura y la mirada con que nos paramos frente al mundo. Isaida Viart está parada frente al mundo sólidamente, y en estos versos cumple con naturalidad sus profundas deudas.

Según estas direcciones de su espíritu, cada uno de los poemas de Isaida Viart es una pequeña claraboya por donde el receptor lúcido se asoma a un universo siempre en inquietante expansión. Solo una claraboya, una redonda hendidura donde se ganan para los ojos interiores horizontes mayores a los puramente expresados. Así, el receptor de la poesía de Isaida Viart debe ser de naturaleza noble, en sus dos costados primigenios: éticos y estéticos. Solo de este modo se leerá con inusitado asombro la riqueza de sus ausencias, la enormidad de su brevedad, el lujo de su desnudez. La plasmación de vivencias tiene su honradez. Hay leyes de decoro también en los predios de la imaginación. Isaida Viart registra sus experiencias y las de los suyos más inmediatos o distantes con una absoluta honradez. Imagina con honradez. Compone con honradez. El decoro, como ley magna de lo humano, rige su expresión.

Un receptor ansioso de transgresiones éticas y estéticas nada tiene que buscar en estos versos, como nada tiene que buscar en ellos el receptor ansioso de florituras y acrobacias. La poesía de hoy en el mundo está comida hasta los huesos por esas dos hambres malsanas, que han ido falseando los valores reales de la poesía. Es el apetito de lo nuevo a toda costa. El triunfo de la poesía vista como tecnología, como un modo de hacer, en que cada poeta aparecido debe incorporar a la fuerza una diferencia absoluta. Los receptores educados en la atribución deformada de estos falsos valores poseen el espectro de la recepción embotado y solo captan la energía de la diferencia. Es una nueva especie de intolerancia estética, hermana de sus intolerancias sociales, que se encuentra en pleno auge. Para disfrutar la poesía de Isaida Viart hay que recuperar al receptor auténtico, descubrirlo en uno mismo, olvidarse de los dictados estéticos que promulga la élite, y entregarse a su palabra con la actitud noble de la más fina solidaridad, con olvido de todas las bengalas tecnológicas, de todos los espasmos y escándalos de la grey hegemónica.

Isaida Viart es una poetisa de fundamentos, de gestos imprescindibles, que no se atiene a melodías escolares, sino que se desplaza por la lengua con la misma naturalidad con que la brisa orea la tierra o el agua desciende de la roca. Su corazón rebosa, pero se nutre en sorbos profundos y transparentes, como de ser sediento, que se inclina sobre el ojo del manantial. Ni un solo oropel, ni una sola máscara de las que están en uso. Invitamos a los lectores a disfrutar en silencio, con cariño y pausadamente, este singular universo poético que nos ofrece su corazón enorme.

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en La Habana, en enero del 2004. Escrito para un libro original de la autora, a solicitud suya, para entregar a una editorial.

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