LA ETERNIDAD DEL INSTANTE

Las décimas de Luis Quintana suben de los mismos manantiales de la poesía popular. Tienen el aire desembarazado de la intemperie y la concisión de la cepa prístina. Se redondean como velámenes impulsados por el viento y se abren en los ojos de la mente como granadas ebrias. Son frutos dehiscentes, que estallan en la página. Gozan de la espontaneidad fatal de lo bello, que no conoce otro modo de ser y ejercerse.

El repentismo cubano es una fiesta divina, una sinfonía de imágenes que el soplo del espíritu desmelena, un regocijo sonoro de asociaciones, una clarinada que se quiebra en alas camino a la luz. Qué imaginación, qué distribución maravillosa de equivalencias, qué meandros de sentido, qué escalas cromáticas para ascender en lo invisible, qué urgencias de oro para el fugitivo triunfo.

Las décimas en la boca de un repentista se atropellan saliendo, como las penas de Sindo Garay; tocan el cielo con ansia icárica, hasta que arden fulminantes en la intuición de quienes escuchan; descienden al solo ingenio, con agitación codiciosa de efectos rápidos, como sacudidas hábiles de clown; se clavan en las telas del corazón, como lucientes prendedores emotivos: son aluviones de luz brotando sin reposo.

Y cuántos registros emocionales resultan posibles: la gravedad del que discurre sobre las esencias sublimes, la enfática del que compite con otra voz semejante, la sensual del que toca con las manos verbales el temblor de la belleza, la asociativa del que dibuja espacios mentales como si fuesen paisajes vivos, la del que chispea en la búsqueda de jugosas hipérboles, la del que demora o presenta de improviso la picardía, el descarnado humor, la crítica cáustica...

Es un pararse al frente con la voz dispuesta al prodigio bajo el señorío de ochenta vértebras establecidas en implacable bordadura, con los cordajes del mundo detrás y los oídos del universo íntegro delante: un desafío que se acepta una y otra vez como una implacable faena de Hércules, sabiéndose capaz del milagro, sintiendo la gloria de ser un demiurgo efímero de la conjunción psíquica colectiva.

Las décimas de Luis Quintana poseen esas improntas de lo oral súbito, pero gozan también del afinado expresivo y la densidad simbólica de la escritura. Cada vez más, entre los mejores repentistas, la décima que hiende el oxígeno y la que negrea en la página funden sus primores, sin desmedro de sus usuales diferencias. Criaturas hijas del tiempo —en la canturía— y del espacio —en el libro— las magníficas piezas que ahora ofrece Luis Quintana en el presente cuaderno anulan las distancias para la enjundiosa victoria de la imaginación.    

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en El Canal, octubre de 2012. Prólogo para el cuaderno de décimas Como agua que no se gasta, de Luis Quintana, sin publicar aún.

 

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