LA AGONÍA COMO UN JUEGO

La poesía es síntesis: sus modos de apropiación, de carácter emocional, obligan al lenguaje a sesgar significados en aras de un sentido que se quiere conciso y vigoroso por el hablante, inmerso en un estado psíquico especial. No es la síntesis del concepto, que generaliza y abstrae, como resulta propio en la extracción de leyes, sino una síntesis de índole plástica, en que la esencia y el accidente aparecen fundidos bajo una tensión comunicativa estetizada, pues se torna sensible —despliega sensorialmente el mundo—, figurativa —obtiene formas de los fondos— e imaginal —se estructura como montaje de imágenes. Como puede verse, el lenguaje poético es un flujo que contiene una cifra abrumadora de variables, tanto de absorción mental como de procedimientos de plasmación. En ese flujo avanza la conciencia, con sus formaciones y horizontes, y la inconsciencia, con sus depósitos y crisálidas; se agolpan el individuo y la especie, en cuya conjunción se erige lo personológico; va íntegra la persona, que ha de vibrar y entregarse en el juicioso frenesí de su extraversión.

Por ello, la poesía prefiere a los apasionados, que son los primogénitos del mundo, según afirmaba José Martí. No hay poesía sin pasión, aunque no cualquier impulso de la pasión conduce a la poesía: a ella se arriba, desde el ardor, cuando se padece batalladoramente la fricción —sistemática, por la resistencia que ofrece cualquier circunstancia frente a cualquier utopía— entre lo real y lo ideal. En esa franja de fricción —seguro manantial de elocuencia— lo real suscita lo ideal y lo ideal transforma —fáctica o  virtualmente— a lo real, y la andadura agónica zozobra o triunfa bajo la compulsión unánime del bien y de la belleza. Marcha y sacudida, angustia interior, energía que se vierte para objetivar al sujeto frente a los demás y ante su propia alma, deseosa de testimoniar la pérdida o el hallazgo del vellocino. Aventura de tan encendida temperatura no se puede plasmar sin la pasión de los poetas, que sobrellevan su calvario bajo el resplandor de la resurrección.

En el presente cuaderno lírico de Lilmaría Herrera el lector encontrará esta síntesis y este ardor, propio de la poesía en general, pero sobre todo de los temperamentos apasionados cuando se sientan a plasmar sus vivencias. Apenas tendrá el lector entre sus manos y frente a sus ojos fragmentos de hilos encendidos, salientes de silencio, rastros de meteoros que cruzan el encerado blanco de la página, pero no escapará al interés que provocan, a la fascinación reservada que suscitan esas raras estrías de sentido. Verá cierta elegancia implícita, cierta densidad de comunicación, y los atrayentes enunciados quedarán sobrevolando su frente, como pájaros que solicitan continuación y descifraje. Esto es lo que llaman arte de sugerencias, y en la poesía de Lilmaría Herrera este arte posee encarnadura y apoteosis. Su técnica consiste en solo exhibir la cúspide de la vivencia, y en retirar del escenario todos los materiales que no le parecen suficientes o incisivos. De ir retirando progresivamente, primero en su mente y luego en el eslaboneo expresivo, ha nacido este cuaderno suyo, que narra una aventura donde faltan muchos capítulos, pero donde el lector adivina una saga profunda, que acaba de construir con sus propias apetencias y anécdotas. Al concluir la lectura, un hambre vibrátil de sentidos le engruesa la captación y la memoria, y el cuaderno crece, como una inexplicable levadura, para abandonarle una huella de querenciosa búsqueda. 

Lilmaría Herrera ya tiene una larga práctica en la poesía destinada a los niños, que nace de sus extraordinarias sensibilidad y ternura, pero en el cuaderno al que el lector entrará de inmediato se muestra en la amplitud y calado de su mundo interior, con todas sus zozobras y desasimientos. Vivir es permanecer en vilo, bordar una espuma dinámica, mirar desde una torre y desde una catacumba, pelear con la luz y la sombra en los bordes mismos de la existencia. Vivir es un milagro de una economía portentosa, una sorpresa que exige avanzar rápido o retirarse con suma agilidad. Y la poesía, cuando es la verdad de un mundo interior y no un vasallaje infamante a cualquier moda estilística, no acepta sino que se represente el mundo bajo las mismas leyes de los encuentros y los desencuentros, en la refracción honrada de las relaciones que el vivir establece implacablemente. En lo profundo de su poesía, Lilmaría Herrera cumple con garbo y soberanía estos rigores de la expresión, y el lector adiestrado, que no solo lee enunciados directos, sino también la manera secreta de componerlos antes de ponerlos pulidos en el desafío de la página, no dejará de captar la verosimilitud y pasión con que ha escrito y dispuesto estas ricas nervaduras de emoción y misterio.

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en El Canal, el 3 de agosto del 2013. Enviado a la autora para su publicación promocional en Panamá, 2013.

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