JOSÉ EMILIO HERNÁNDEZ: COMO EL GUIJARRO QUE SOSTUVO LA PISADA

En ciertos momentos de nuestra existencia solemos pasar revista al tiempo transcurrido. Es casi siempre un examen al que asistimos desprovistos de conocimientos que permitan , al menos, salir con una nota mínima de aprobado. Porque somos alumno y tribunal, y casi fieramente aplicamos las preguntas de la más difícil de las asignaturas: vivir. Y a vivir aprendemos viviendo; nadie nos enseña la teoría que luego aplicaremos a la práctica, sino que teoría y práctica van unidas y así, por ensayo y error, vamos transcurriendo por ese sendero, tortuoso la mayoría de las veces, luminoso en muy pocas ocasiones.

José Emilio Hernández conoce muy bien de esta aseveración y la plasma en sus versos. Ha dedicado su vida a la enseñanza, y sabe, como el antiguo filósofo, que nada sabe, y no puede enseñar la ciencia de vivir. Pero vive, y escribe. Y va aprendiendo a golpes, a punzadas en su lado más débil, a dentelladas del tigre salvaje que es el tiempo. Y escribe como si sus vísceras lo estuvieran haciendo. Con cada fibra dolorosa, con toda saña hacia sí mismo. Y en esa batalla, sin saberlo, le gana al tiempo y a la vida, incluso a la muerte. Porque la poesía es compañera y cómplice de quienes la convocan, y la más fiel y contradictoria de las formas en que acostumbramos plasmar nuestras angustias. Nos desnuda, y a la vez nos viste con su túnica protectora. Nos hace saber que somos perdedores, y nos corona con la rama de laurel de la victoria. Una victoria que es sobre nosotros mismos. En sus poemas, casi en su totalidad escritos a manera de prosa poética, como recipiente elástico donde puede verter el contenido sin que se resienta el continente, constatamos su dominio del rico idioma nuestro, y una carga vital aplicable a muchos de sus contemporáneos. El silencio, el desaliento, la desesperanza y la esperanza en sucesivas estaciones, la familia como imprescindible centro, ya sea feliz o doloroso, el sello epocal del desarraigo, recorren las páginas de este hombre, al que debemos tener muy en cuenta, y casi exigirle una entrega mayor. Necesitados estamos de esa autenticidad, de ese valor que vibra en sus escritos. Y ante todo, estamos necesitados de su existencia en nuestro ámbito vital. Porque conocemos del efecto sanador de la poesía, lo convocamos a no dejar de acudir a su llamado. Y a los lectores, a prestar atención a su palabra, hecha de cumbre y abismo, de brisa y tormenta. Como la vida.

Reyna Esperanza Cruz

 

 

REPASO

 

Me he vuelto un árbol viejo con raíces descarnadas. Un olor a putrefacto sube desde el suelo. Quizás sea el cuerpo desmigajado, aunque aún no alcanzo a designarlo. Siempre distante, como un tungús, evitando andar sobre mi sombra. Porque el espejo devuelve una forma incompleta y he guardado demasiado silencio, peligroso silencio, cuando era preciso hablar, gritar al hacha, al viento, al rayo, al silencio. La omisión —aprendí— es una forma de elegir, de no ser nombrado, de no haber sido llamado Ismael… Quiere decir que estoy agraviado. Pero he gastado mucho tiempo en comprenderlo. Ahora que he cerrado algunas puertas, me percato de que cada golpe fue solo un instante y yo los hice ánforas en mi pecho, los quise eternizar en sus diversas formas. Entendí también que todo el esfuerzo de una vida puede, por una palabra errónea, un acto equivocado o un pensamiento confuso, ser, en un instante, derribado. Lo efímero no es vivir, sino desagradecer. Demasiado he dudado y he malgastado esencias y en este segundo cuando casi he perdido el deseo de permanecer, un niño, semilla de mis ramas escindidas, llega y me besa la frente. Una amarga ilusión vuelve a acentuar mi dolor. Esperanzar es también sufrir. Y en vísperas, aún me salvaguardo.

 

 

LA RESISTENCIA

 

Quizás abrigue la resistencia de aquel guijarro que sostuvo la pisada última de Patroclo, o el alerta del aeda sobre el riesgo del colmo. Tantos relatos componiendo el juego. Tantas preguntas hilvanando la voz, el texto, la lámpara. Si la muerte no cobra, por qué la vida paga. ¿Por qué este silencio de quien debe hablar? ¿Cómo juzgar la luz oblicua al borde del diluvio? Es difícil manejar el buen sentido si tu vida no está en el buen sentido de los otros. ¿El dogma ha de corregir el dogma? Quizás la nueva huella… ¿Es lícito que borre la añeja? ¿Acaso el ser más seguro consiguió ser el más fuerte? ¿Podrá decirse que el más débil fue entre todos el menos fuerte?

Pero nada como el retorno para comprender distancias, nada como el espíritu de pobreza para entender las perspectivas infinitas… Recurrir es una forma de andar. Es necesario recurrir.

Hay rostros que he visto toda mi vida. Son los mismos rostros en seres distintos y en épocas diferentes. Los mismos rostros del dolor, la indiferencia y la miseria. Los mismos rostros de la arrogancia, la estupidez o la insignificancia. Siempre hay recuerdos que retornan sin saberse claramente por qué. Los trenes con su melancolía de despedidas repetidas. El traqueteo gris que parpadea hasta sellar un punto sobre los rieles. Voy por el sitio donde acabaron tantos de mi linaje, voy por los sobrevivientes del rompecabezas… voy por el abrazo que me deben, por la mirada de aprobación y por el respeto… en el sitio hay una grieta y un yerbajo y una tierra macerada por el padecimiento… Pero traigo mi herencia resistente como el guijarro que sostuvo la pisada última de Patroclo y aunque siempre merecí lo serio, ahora bajo esta paz del desasido, quisiera no olvidar y sonreír.

 

 

HERENCIA

 

Yo no vi su dolor, ni aun las piedras

que arrojaban a su cuerpo,

en la hora sin bordes y sin fondo

—semilla en tránsito, crisálida de muerte—.

No supe si calmaban sus heridas

ni a la madre vi en la distancia humilde,

cual silueta de luces y migajas.

Pero en mis huesos sigue clamando su cruz,

como en mi sangre, se amalgama su sangre.

 

En el instante supremo de la huella

no avisté los mástiles cuando ardían,

ni siquiera el humo en lontananza.

No vi el oscuro llanto bajo el árbol,

ni el minuto de la noche azteca

en que llagaron al rebelde.

Pero acuno coraje y rebeldía con filo,

esa que poda, enraíza y eleva el árbol.

 

No asistí al estreno isabelino de Hamlet,

pero igual me compulsa la duda y me conturba

el torvo impulso de Ofelia.

 

Ni los molinos vi ni la lanza,

pero sé por días y por años

lo que es golpearse

contra todos los muros

de todos los gigantes.

 

II

Camino sangre con siglos,

amadora, brutal necesitada,

fuego amansado en su faena

de puño, labio o armadura,

ganando o perdiendo

según vayan las líneas,

subiendo o cayendo por el declive,

según la mano apunte,

me reclame la frente

o el corazón me siembre.

Todo lo que niego vive en lo que afirmo,

como una amalgama

vendida y olvidada

resurrecta y redimida,

ansia que yergue y se declara

memoria plural

de enlazada esperanza.

 

 

LA MESA FAMILIAR

A mis padres, mi hermana y mi abuela.

 

La noche triunfa sobre el jardín escuálido de la casa. La familia concierta un círculo tenaz junto a la mesa. Cada uno con su presencia irrepetible de las cosas, cada uno con su sed y con su polvo. La palabra talla floraciones en la mesa. Teje hilos, anuda gestos y libera sonrisas. La mesa trenza las simientes en un impalpable ariete. En sus vértebras se pacta el triunfo que habrá de festejarse, el dolor que debemos desafiar. Y cuando al final el círculo desata su intangible arquitectura, la muerte, con su engañoso traje, intenta ceñir y sentarse, y el escorpión respira tan cerca, que los niños se protegen a la sombra de la abuela o al costado de una historia. Cada noche retorna la familia. En la mesa se escalda el plomo del día, la fragancia de las sombras. La dulcedumbre del agua apacigua las magulladuras del buril cotidiano. La voz de la madre termina la velada. Sobre la fina reciedumbre de la mesa, yacen las migajas como restos de brutal batalla. Los niños descienden ágilmente. Y alertas, siguen el firme paso del padre.

 

José Emilio Hernández Sánchez (Morón, 1960). Profesor de la Universidad Ignacio Agramonte, Camagüey. Licenciado en Educación, especialidad Español-Literatura. Máster en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Investigador en temas como la lectura, la creatividad y las habilidades comunicativas. Ha prestado colaboración académica en México, Panamá y Venezuela. Ha publicado libros sobre estudios literarios y enseñanza de la literatura. Ha publicado en revistas nacionales e internacionales. En el 2016, fue publicado por la editorial Ácana su ensayo: La invención simbólica de lo complejo: acerca de la poesía de Roberto Manzano y en el 2018 el libro Ideas sobre la apreciación literaria.

 


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