JORGE LUIS PEÑA: UN ÉXODO INTERIOR
La poesía nos llena la vida de preguntas. Esa sería, posiblemente, la opinión de muchos de quienes consagran su vida al oficio de escribir versos. Y seguramente entre ellos estaría Jorge Luis Peña, cuyos versos interrogan a la vida, a la muerte, a Dios, en una sucesiva angustia, en una constante duda ante la realidad, tan imaginativa que nos desarma con sus invenciones. Sus poemas, escritos con una limpieza formal reveladora del arraigo que ha tenido entre los jóvenes poetas cubanos nuestra estrofa nacional, no son, sin embargo, mero derroche técnico. Él no busca asombrarnos con el dominio de una estructura métrica, sino que muestra cómo la forma sirve al contenido, para expresar su profundo humanismo, su necesidad de establecer una relación cordial con el receptor, cualidades que han contribuido a ubicarlo entre los más interesantes poetas de su generación. Cada palabra que escribe lleva consigo una imagen, vívida y lacerante, en estos textos permeados de preocupación y dolor por el presente y el futuro que a todos nos corresponde, en mayor o menor medida. Remitiéndose a personajes literarios: el joven Werther, de Goethe, el jazzista Johnny Carter, de Cortázar, o a personas y situaciones reales que golpean nuestra cotidianidad como individuos y como nación, el poeta se adentra en los vericuetos de su interior, migra hacia ese confín tan desconocido como cercano, y extrae no respuestas, que siempre serían apócrifas, sino interrogantes que sacuden, movilizan, y tiende un puente de complicidad con los que compartimos idénticos miedos, semejantes inquietudes. Estamos ante un poeta sabedor de la misión que lleva sobre sus hombros. Por eso establece señales que parecen decir: Soy tu voz, tu otro yo que habla por ti. Cuando no sabemos hacia dónde ir, cómo avanzar, con cuáles recursos enfrentar las demandas de los nuestros, no queda más alternativa que emprender el éxodo interior que nos permita regresar a las costas del vivir, fortalecidos por la seguridad de que la aventura ha valido la pena. Y cuando estamos tan hundidos que no somos capaces de adivinar la luz, ahí están los poetas, con dudas que nos confirman que todo tiene sentido, que hay un sitio en el mundo, llamado Poesía, donde convergen el enigma y la certeza.
Reyna Esperanza Cruz
PAÍS DE ESCUETA MELODÍA
Hasta dónde el silencio de la casa
viene a ser estatuto, lejanía.
En qué extraño país del mediodía
situaré los cimientos y la hogaza.
Otra vez vuelvo al muro, soy quien pasa
por la puerta de Kafka. Me acomodo
a los pies del absurdo, del recodo
donde el Rey tiene un cetro vacilante:
pregunto por un nido semejante
y otra vez me responden que no hay modo.
Mi país tiene rumbo hacia lo idéntico,
un boceto calcado por la táctica
donde nada es sencillo, ni la práctica
con su rostro signado y esperpéntico.
Aun así, quiero anclarme y es auténtico
fundirme a una matriz casi biológica.
A partir de los míos, esta lógica
se hace fusta, efigie, consonancia.
Se disipa una casa en la distancia
y otra casa se yergue melancólica.
Los cuervos tienen techo en la inclemencia
y los lirios, abrigo con sus flores.
Quién resguarda la sangre y mis sudores.
A qué sombra cobijo tanta urgencia.
Ese duro fantasma de indolencia
tiene aspecto de nube temporal.
Pero yo, sigo siendo ese mortal
amenazado, herido, sin coraza.
Hasta cuándo el silencio de la casa
tendrá ciega su voz de ventanal.
He fundado una casa en la utopía
a expensas de palabras y latido.
Una casa fantasma siempre he sido,
una patria de escueta melodía.
Sobre una casa escribo cada día
como si no bastaran las raíces,
los techos, las impropias cicatrices
me cubren solo a mí, pero los míos,
inquieren de esos nobles desafíos
que son la casa, el pan y los países.
PARÁBOLA DEL PESCADOR
¿El pescador es la orilla
de algún naufragio naciente,
que permutó la simiente
por el cielo que se ovilla?
El pescador es la orilla,
porque el mar sin él no estrena
amaneceres de arena.
Ama al pez y no a su vuelo,
y le prohíbe al anzuelo
pescar otra vez su pena.
El pescador es la orilla
de los peces sin bonanza,
y el pescador solo lanza
una migaja de orilla.
Y si el pez busca una astilla
para librarse del pez,
el pescador será envés
de la vida o de la muerte,
pero quien tuvo la suerte,
sin dudas, siempre fue el pez,
que permutó la simiente
por el cielo que se ovilla.
Pero si el pez es la orilla
del pescador y su gente,
y la bonanza es urgente
sobre la mesa que espera,
el pez es una bandera
para salvar el anhelo,
y el hombre muerde el anzuelo
solo cuando el pez lo quiera.
Porque el mar sin él no estrena
algún naufragio naciente.
Si el mar no es condescendiente
con el hombre y con su pena,
con la migaja y la arena,
con el pez, con el hogar,
y si no quiere salvar
tanto futuro que brilla,
ni el pez ni el hombre es orilla.
Todo depende del mar.
DECÁLOGO DEL POETA
Si deshaces tu mundo insondable
y mutilas la luz que te cruza.
Si se escapa la voz de tu musa
y el silencio parece indomable.
Si el azar se interpone culpable
y el enigma no tiene renombre.
Si la hoja que nace es insombre,
si es unánime el sueño en tus venas,
y al crear no te sobran cadenas,
es inútil que cargues el nombre.
Es mejor que te arranques, poeta,
la aridez, y que lluevas desierto,
a que lluevas el agua que ha muerto,
a que estanques el cielo, profeta.
Si la espuma te viene, respeta.
Si el silencio pudieras tatuar
es mejor que te incrustes el mar
por la simple avalancha de orillas,
a que caigas sin fe, de rodillas,
cuando el ángel no viene a salvar.
HIPÓTESIS DEL RETORNO
Todo el que parte regresa,
Todo el que regresa arde.
Norge Espinosa
Si vuelven los emigrados
no les hables de tu herida.
Ellos han vuelto a la vida
levemente. Son llegados
con sueños apuntalados
y saludan. Di perdón
con tu liso corazón:
abrázalos como nunca.
Y aunque se te quede trunca
la mirada, di perdón.
Si vuelven los emigrados
ponte el amor en el pecho,
y olvida el adiós deshecho
de su infancia. Van marcados,
calientes, desorientados,
en un vuelo de perdices.
Y están entre dos países:
la memoria y el instante.
Basta que el mar suplicante
le lama sus cicatrices.
ÉXODO PARA DOS MITADES
Nos deja el árbol, difuntos.
Hasta Dios vuelve la espalda.
Ya no me culpes, y salda
esta sed que hay en mis puntos
por tu piel. Fuimos presuntos
locos de cabellos verdes.
¿Qué importa si en mí te pierdes
al descubrirnos de todo?
¿Qué importa? Dentro del lodo
renace el sueño que muerdes.
La noche pesa en los hombros
y el árbol grita un destino
que nos reduce. Dios vino
a escudriñar en sus hombros
nuestras culpas. No hay asombros
que me devuelvan la edad.
Se nos muere otra mitad
mientras marchamos. ¿Qué importa?
Si la vida nos deporta
nos queda la eternidad.
SERMÓN APÓCRIFO SOBRE
LA TRASCENDENCIA DE LOS POETAS
1 Bienaventurados los que se fatigan la sombra
porque en sus cruces se alfombra la verdad.
2 Mas, ay de los que remedaron su voz a la voz
de otros países (entre tantas cicatrices sus versos
serán ajenos).
3 Ay de vosotros los buenos.
Felices los infelices.
PREGUNTAS DE WERTHER
Dale las pistolas.
Y al muchacho:
Dígale que le deseo buen viaje.
J. W. Goethe
¿Quién no tiene un perro oscuro
al dorso de la sonrisa,
si desgarró su camisa
al saltar su propio muro?
¿Quién resucita al futuro
de un gesto, cuando el abismo
descarga sobre sí mismo
una sombra insospechable?
¿Quién no se juzga culpable
al borde del cataclismo?
¿Quién no estalla irresoluto
el cielo con un disparo,
y promulga el desamparo
en sus adentros? ¿Qué luto
desconoce el absoluto
bullicio de la apariencia?
¿Quién no arranca su inocencia
al conocer de lo eterno,
y se disfraza de infierno
hasta volar su existencia?
¿Quién no espera en lo imposible
por solo amar? ¿Qué letargo
cuando nace, no es amargo
como un círculo eludible?
¿Con qué dádiva apacible
confundo mi desaliento,
si al morder mi nacimiento
escupo toda la edad?
¿Qué hacer con la eternidad
y todo este sufrimiento?
¿Me la escondo bajo el susto,
la postergo a la vejez,
o aguardo la ingravidez
de esta nostalgia? No es justo
que se me empoce este gusto
a caminos. El amparo
me cuelga candente y claro
en la pared, como adorno.
El ser está en el retorno:
y Lotte no escucha el disparo.
CONVERSACIÓN CON JOHNNY CARTER
A José Luis Serrano
Sobre todo, no acepto a tu dios —murmura Johnny—. No me vengas con eso, no lo permito.
Y si realmente está del otro lado de la puerta, maldito si me importa. No tiene ningún mérito pasar al otro lado porque él te abra la puerta. Desfondarla a patadas, eso sí, romperla a puñetazos.
Julio Cortázar, El perseguidor
Imagine que despierta
después de tanto tropiezo,
y al empujar siente un peso
insospechado en la puerta.
¿Con qué cruz hará que advierta
la lejanía su auxilio?
¿Con qué labios el idilio
dirá que Dios hoy no está?
Imagine que se va.
¿Con qué alas, con qué exilio?
O imagine que al final
la puerta es solo un mal sueño,
y usted mutila el empeño
de dormir sobre un cristal.
Imagine que el umbral
guarda un silencio devoto,
que Dios es solo una foto
de eternidad en la piel,
imagine que ser fiel
es un mapa absurdo, roto.
¿Qué perdemos, si la calle
es un crepúsculo absorto,
y las manos un aborto
de gritos lejos del valle?
¿Con qué golpe hará que estalle
la puerta sin el acecho?
¿Con qué música desecho
el monstruo que nunca calmo?
¿Qué perdemos si algún salmo
se nos duerme sobre el pecho?
¿Qué perdemos si el pasado
es una huella en la espuma
de nosotros, una bruma
inanimada? Ese dado
que de tanto haber rodado
se nos angustia y tropieza.
¿Qué perdemos si él no pesa
sobre esta puerta presunta,
si para hacer la pregunta
la muerte siempre regresa?
Solo queda una balanza
al borde de este concierto,
un equilibrio despierto,
un saxofón que descansa.
Ya descubrimos que a ultranza
existe un silencio atroz.
Imaginemos los dos
que la morada esté abierta,
o que rompamos la puerta,
y que al final esté Dios.
Jorge Luis Peña Reyes (Puerto Padre, 1977). Miembro de la UNEAC, del Grupo Espinel-Cucalambé y del Taller de formación literaria Onelio Jorge Cardoso. Tiene publicados los libros: Avisos de bosque adentro (poesía para niños), Editorial Sanlope, Las Tunas, 2003; Donde el jején puso el huevo (poesía para niños), Editorial El mar y la montaña, Guantánamo, 2004; La corona del rey (cuentos para niños), Editorial Sanlope, 2005; Las doce migajas (cuentos para niños), Editorial Gente Nueva, 2008; ¿Oíste hablar del miedo? (poesía para niños), Editorial Libresa, Ecuador, 2008; Vuelo crecido (poesía para niños), Editora Abril, 2008; La flauta de Sebastián (cuento para niños), libro álbum de la Colección Dienteleche, Editorial Unión, 2013; El país de los miedos (poesía para niños), Editorial Gente Nueva, 2015; Cuentos para no perderse (cuentos para niños), Costa Rica, 2015; y Éxodo para dos mitades (poesía), Editorial Sanlope, 2010.
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