HENRY GUERRERO EN EL REINO DE LA POESÍA

Henry Guerrero tiene de su parte la poesía. La poesía viene a él, lo corteja, lo acompaña en los episodios de la existencia. Avanza a su lado cuando se pregunta o cuando se responde qué es la vida, a qué obedece este arrasador sinsentido que vivimos.

Que a un ser humano lo acompañe la poesía no es poca fortuna, pase lo que pase. La primera tarea de la poesía no es la torpe ancilaridad que a veces ciertas fuerzas sociales le adjudican, sino marchar junto a la persona en sus momentos de cumbre y de abismo.

Una persona íntegra siempre va más allá de sí, entra en sus prójimos, acude a los sobresaltos de su sociedad y su época. Y la poesía gusta de establecer relaciones profundas, a veces tremendamente herméticas, en ocasiones de una transparencia humana multitudinaria.

La poesía ama la complejidad. En los instantes en que la realidad entra en fase de bucle, se atorbellina despedida hacia delante o se empoza dinámicamente como una redonda asfixia, la poesía sacude su alta frente, desciende al dedo escribiente, canta en el silencio.

Tener la poesía de nuestro lado es contemplar cómo emerge Venus de la concha, cómo Noé sonríe ante el regreso de la paloma en la humedad del viento, cómo Jacob ve al fin en lo alto de la escala el rostro total de Dios. Ante el mayor desamparo, una solidaridad arcangélica.

No importa de qué habla el poeta, si le gustan las luces o las sombras, si se siente descuajado del mundo, o abierto en dos, o cosiéndose el alma al cuerpo con la aguja del consuelo. La poesía es, indudablemente, la gracia que en lo oscuro nos concede el lucero más alto.

Porque hay que decir de una vez que la poesía no son las palabras, ni los reconocimientos públicos, ni las condecoraciones gratas. La poesía es un arte de emanación terapéutica, un transfundir el mundo interior en la escritura, una gestualidad íntima de la salvación.

Y no hay ni una sola salvación personal en lo que se conserva para sí, reteniendo en un punto la energía maravillosa del universo: salvarse es entregarse en el silencio, en la generosidad de la imagen que se vierte para compartirla con los restantes ensimismados.

Y ninguna de las fuerzas comunicativas conocidas de la expresión humana tiene ese poder de la poesía de anegarnos de pronto en una fe que parece absoluta locura: en el instante en que creamos participamos en un rico misterio de salvación, aunque invoquemos a la muerte.

La muerte es, en la esfericidad de lo real que tanto ama la poesía, la otra forma de la vida. Pero la muerte que duele en toda la poesía del mundo, y mucho en la poesía cabal de Henry Guerrero, es la que arrima el propio ser humano, desde su irresponsabilidad suicida.

Al borde de todo nos encontramos, y la poesía advierte el vértigo final. La poesía que Henry Guerrero tiene de su lado siente el vértigo, advierte la elongación de la catástrofe, la balística deplorable de la ascensión de lo peor de la especie en el haz del planeta.

Siente la perentoriedad de decirlo: al decirlo, lo conjura: al decirlo, arranca la máscara del vivir cotidiano, hundido en el carácter romo de la circunstancia. Toda poesía es situacional, y el poeta de este libro denuncia directamente situaciones que no deben sostenerse.

Aquí están los asuntos de nuestra realidad, los sitios de nuestro mundo, las fuerzas frenéticas que hay que embridar antes de que sea tarde: pero expresado en el lenguaje de la poesía, que es el reino de la imagen, la imagen comunicándose y exaltándose para bien del hombre.

Por eso el poeta es sucinto, y se atiene a la situación imaginal de su asunto, y escribe como con un estilete solitario lo haría, buscando en la sombra la solidaridad más íntima. Síntesis es la propiedad esencial de su poesía. Pero en esa síntesis hay una evidente sobreabundancia.

Cómo podría faltar en un poeta que ama la vida el canto a la amada, la celebración del cuerpo y la constelación interior del amor. Es por amor que se siente todo ese dolor, toda esa colérica aprehensión de los despojos y las violencias que ofrece nuestro mundo en crisis.

Bienvenida la poesía de Henry Guerrero, que es un testimonio auténtico desde la entraña férvida de la poesía, de la grandeza espiritual encarnada en la voz lírica del conjunto. Hay, en este breve cuaderno, la propagación de una levadura hermosa: la generosidad humana. 

Cali, tierra de poetas, ha de saludar con efusión este ofrecimiento: en este libro, como lo quería Whitman, se toca un hombre. Su creador tiene a la poesía de su lado, y ella lo acompaña en cada una de las aventuras de la expresión y de la experiencia del mundo contemporáneo.

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en La Habana, en enero del 2015. Prólogo escrito para cuaderno de poesía del escritor colombiano Henry Guerrero no publicado aún.

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