DELFÍN PRATS: UN LUGAR LLAMADO HUMANIDAD

La poesía de Delfín Prats es como un río fluyendo desde el fondo de un volcán: refresca y encandila, dejando una sensación de placer y una cierta tristeza, o mejor, melancolía, que flota como una niebla sobre la página. Sus textos no tienen mucha complejidad estructural —acude al verso libre o la prosa poética— y su originalidad reside en la visión personalísima de la realidad. Su sensibilidad ante la vida y sus trampas, la vida y el amor, la vida y la muerte, parece a ratos la sensibilidad de un niño. Como niño se asombra por lo que acontece frente a sus ojos, como un niño por el que ha pasado el tiempo rememora, con añoranza no disimulada, escenas de otros días más o menos felices, pero definitivamente idos, y parece decir como el Eclesiastés: «Todo pasa. Todo es vanidad de vanidades», en un tono levemente reflexivo, ligeramente irónico.

 

Revela una gran añoranza por los tiempos en que la humanidad disfrutaba de sus pequeñas–grandes posesiones: un arroyo, una fuente, un rostro que nos mira de cerca, el bosque húmedo, cuya falta produce cada vez un mayor vacío, en textos de tono íntimo y personal en el que, sin embargo, se torna testigo de una época en la que el contacto interpersonal es cada vez menor, y nuestro contacto con la naturaleza es casi siempre depredador. Es como si clamara por el retorno a lo sencillo, a lo elemental, por la necesidad de volver a ser quienes fuimos frente a los demás y frente al paisaje, escenario de nuestras vidas.

 

Delfín Prats defiende las utopías. Sabe que sin un sueño aparentemente irrealizable el ser humano estaría incompleto, vacía de sentido la existencia. Él canta lo ido, lo fugaz, y canta con igual dulzura al amor encontrado y al amor perdido; sabe que amar nos hace libres y es el mejor regalo que recibimos para el presente y el futuro. Poeta de lo real y lo imaginado, del espíritu y la carne, es una de las voces imprescindibles de la poesía cubana y vale decir, imprescindible para la especie humana, tan urgida de bondad y de belleza.

Reyna esperanza Cruz

 

 

ABRIRSE LAS CONSTELACIONES

 

A Cintio y Fina

 

el héroe permanece…

Rainer María Rilke

 

No los reduzcas al espacio

demasiado estrecho de tu verso

(tu verso es un árbol

alzado en mitad de la sabana

contra el que se cierne

la apretada soledad de la noche)

 

No los encierres en tu casa

(tu casa es un refugio

y sólido

pero en su hondura

persistentes resuenan

ecos de pasos y voces ancestrales)

 

No los reduzcas tampoco a la ciudad

(el verso la casa la ciudad son límites

muros que será preciso violentar

para escapar al aire más vasto de la Isla)

 

La Isla es el compendio en fin

de tu verso tu casa y tu ciudad

pero no los restrinjas a la Isla

ellos se asomaron mucho más allá

ellos vieron del otro lado del horizonte

abrirse las constelaciones

 

 

SUPERAR ESE EXTRAÑAMIENTO

 

En el jardín del Edén de mi infancia lo primero fueron los árboles del bosque, las rosas que embellecían los alrededores de la casa paterna. La espada del querubín fue el tiempo. Ángel y demonio estaban al fondo de aguas arremolinadas. Un solo rostro los fundía. Allí asomado —espejo de aguas fragmentadas abajo— vislumbré la razón de un extrañarse de sí. Llamamos a eso Viaje a la belleza y digamos que hemos regresado. Amar es extrañarse en una otredad no recíproca, inconsciente del don que prodiga. Amar es extrañarse de las líneas de nuestras propias manos y de los senderos de la infancia, pero es también, y, sobre todo, esto: superar ese extrañamiento, reconciliar intimidad y mundo, para fluir de pronto al unísono de todas las aguas conocidas. Del infinito, del universo, de la sustancia exterior; patria, bosque, ciudad, jardín, regresar a uno mismo, al yo primordial.

 

 

PERO EN EL VIENTO SU RUMOR LLEGABA

 

Ámalo, pero ámalo

como si todo hubiese concluido y pasado

como si desde el futuro más remoto

recordaras el vino de tus mejores años

el verano de mil novecientos ochenta

el catorce de abril

cuando fue tuyo en un hotel cercano al mar

cuyas ventanas no daban al mar

pero en el viento su rumor llegaba

y él venía a ti como una ola

muriendo a las orillas de tu cuerpo

 

 

TODA LA LUZ DE ABRIL ENTRE TUS OJOS

 

Edifiqué sobre tu cuerpo

torres levanté desde allí bajo la luz de abril

fue nuestro mes: el más alto premio para mí

que había extraviado los senderos de la dicha

y la encontraba ahora

entre la gente tu cabeza era más bella

que mi más bello sueño

te había buscado a través del asedio de los otros

y te encontré contra mi cuerpo

mi piel se sobrecogió junto a la tuya

pero los espléndidos días se han apagado entre nosotros

la plenitud de un momento está llena de dolorosa sombra

no hablaré ahora de esa plenitud

nunca existieron los lechos, los cuerpos desnudos

el vino, la música desesperada

 

Amigo mío qué difícil olvidar ese gozo

y dejar que se extinga

toda la luz de abril entre tus ojos

 

 

LOADA LA SOMBRA

 

Apenas si la sombra

accede a conceder relieve a esos objetos

en pugna con su realidad fantástica

los manubrios de un velocípedo

la línea del balcón las persianas

simétricas que te ocultan

 

loada la sombra

que ha de cubrir tus ojos

como la muerte cubría las pupilas

del guerrero homérico

 

 

PARA FESTEJAR EL ASCENSO DE ÍCARO

 

Te veo ascender en el espacio: un sueño. «Para él —me digo— la tierra es azul-azul: una naranja, allá». Ícaro, tan lejos de mis bosques. Mi infancia, espléndido contén contra la náusea. Ciudades, alimentadas por la niebla. Oyes, como todo descubridor, pasar bandadas ¿de pájaros? Manantiales, desde la roca. Por la voz de los hombres antiguos en el acto de dar nombre a las cosas, conoces su mensaje: fiesta del recordar. Dibujarás los remotos bisontes, el oráculo y la lira del dios en los espacios del nuevo cielo, niebla a ti semejante. Veo cómo asciendes. Te elevas hacia estrellas que ardieron sobre el Etna ¿cuántos siglos atrás? «Su esfuerzo es inútil —me digo—, el sol derretirá sus alas». Y quizás no, Ícaro, quizás, al otro lado de tu empeño, descubras colibríes, la Ítaca celeste, los frutos del granado en el lluvioso patio, y nos convenzas, a nosotros, escépticos, que vacilamos en seguirte, de que tú (únicamente tú), Ícaro, estabas en lo cierto.

 

 

EL FUEGO TODO EL FUEGO

 

Debías venir

debías erguirte de las furiosas soledades de la tierra

espiga al viento espada

contra el vacío físico de las cosas

 

debías alzarte de la yerba

que invade los rincones

que ayer habitamos

y que quedaron despoblados

 

confiarte

entregarte

separar mis afectos

de todas las cosas que yo quise y quiero

—a la fuerza si fuera necesario—

desbaratar

violar

aniquilar

extinguir

—si fuera necesario—

el fuego todo el fuego

con el que se dice que serán borrados

de la faz de esta tierra

(nuestros cuerpos

donde sus ojos se abrieron al asombro

fue solo una invención de tu nostalgia)

 

Extraviado en medio de la noche

no puedes recordar

has perdido los senderos del sueño

y despiertas buscándolo en el ocio

y el juego de los soldados y su lengua

extraña a tus oídos había sido para él

un descubrimiento en ese día hecho

para crecer en la memoria de ambos

como las montañas que entonces los rodearon

 

Di adiós a los paisajes donde fuiste feliz

vive la plenitud de la soledad

en el primer instante

en que asumes la separación

como si ya su estatua

en ti elevada por el amor

para la eternidad fuera esculpida

contra el cielo de aquella isla

contra sus ojos más grandes

y más pavorosos que el silencio

 

 

DE CATULO DE VERONA

 

No tomes demasiado en serio al bello niño

con el cual desafías la vigilancia de los sacerdotes

Brevemente pasa la dicha que el amor da

como la brisa que desde el mar

ayer desordenaba sus cabellos

pasa la dicha

vive el instante

pero nada de él se irá contigo

el poder de los antiguos césares con ellos pereció

es solo un relato que te entretenía

al leer las crónicas de Tácito

y los retratos de Suetonio

no tomes demasiado en serio al bello niño

no te inclines ante otro credo

como no sean tus más íntimos principios

contempla el mar y junto a él

considera su belleza antigua

contempla el mar

y mira cómo se pierden de tu vista

el bello niño el sacerdote y el césar

 

 

POR EL AIRE FEROZ DE LOS OCUJES

 

Reconozco que he vuelto por el color

intenso de las hojas reclamándome

por el convulso ruido de la lluvia

en los troncos por el aire feroz

de los ocujes por el aura dispuesta

reconozco que he vuelto por la noche

agrupada por las cruces

que los años han hecho numerosas

alrededor sin mutilar las formas

familiares respetando la sombra

del laurel la exuberancia de los plátanos

y el sonido certero de esas aves

que de niño mataba

y que mi hermano continúa matando

a pesar de los años

y del pequeño vástago que crece

 

 

HUMANIDAD

 

Hay un lugar llamado humanidad

un bosque húmedo después de la tormenta

donde abandona el sol los ruidosos colores del combate

una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo

que va al campo montada en un borrico

hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca

pregunta por la época nueva de la siembra

e inventa una estación distinta para el canto

una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente

hasta las más sencillas

lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora

o clavetear la caja del abuelo

sonreír cuando alguien nos pregunta

el porqué de la pobreza del verano y sin hablar

marchar al bosque por leña para avivar el fuego

hay un lugar sereno un recobrado y dulce lugar llamado

humanidad

 

Delfín Prats (Holguín, 1945). Ha publicado importantes libros de poesía: Entre los que destacan Lenguaje de mudos (1970), Para festejar el ascenso de Ícaro (1987), Abrirse las constelaciones (1994), El esplendor y el caos (2002). Su obra aparece en numerosas antologías y publicaciones periódicas.

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