BIENVENIDO EL VERSO SOLITARIO

La poesía es proteica. Crece en todas partes, y con mil semblantes. Dinámica, como un flujo esencial, establece nodos definitivos, donde beben las civilizaciones, pero los vientres de su onda infinita siguen multiplicándose —por lo celeste o lo plutónico— hacia el corazón del ser humano. La orilla que le pone un movimiento artístico, que dicta cuál es la tecnología de escribir de una época, le resulta onerosa, y salta sobre ella, desbordándose en los grandes creadores, que no creen en maneras estrictas de escribir. Los grandes creadores conocen bien el carácter proteico del arte a que han consagrado su vida, y corren con lealtad veloz a copiar sus innúmeros semblantes.

La verdadera experimentación es un gesto natural, una sustancia orgánica de la poesía. No hay poesía sin experimentación verdadera. Cada suceso del ánimo, cada estado de la sensibilidad, cada impronta de la mirada, exige volver a aprenderlo todo. Cualquier segundo de la vida humana es absolutamente inédito. La poesía no puede venir con moldes ni vitolas, porque ese segundo, lleno de sangre y espíritu, es de naturaleza inapresable.

Los grandes creadores lo saben. Arman, en consecuencia, sus respuestas proteicamente. Proteísmo debiera llamarse toda corriente literaria que se respete. La sabiduría no es más que una ignorancia que trata de disminuir su inevitable propagación. Los poetas poseen zunchos sintéticos, y con ellos dejan en el aire la noticia rapidísima de una revelación, de un esplendor fugitivo.

Aun en los milenios sin ruedas o sin galopes domesticados, cuando la siembra y la cosecha, el día y la noche, constituían la circularidad profunda de los destinos, de la colectividad, de las civilizaciones, la poesía amaba la premiosa tangente de luz, el chasquido de lo invisible, el centelleo de la vida y la muerte. Nuestro sumo Maestro decía que un grano de poesía sazonaba un siglo. Y las buenas poesías largas solo lo son porque están henchidas de átomos de colores. Quien haya compuesto un poema largo sabe que solo se salva en el esmero inclaudicable del detalle.

Así que hoy, cuando hace buen tiempo que la humanidad ha incorporado velocidades inauditas a su sensibilidad, una estética del vértigo no es nada raro, y constituye un ingrediente que no se puede despreciar en ningún producto de cultura. Los mejores discursos son cadenas de chispas. Las imágenes no se sostienen frente a los ojos descentrados del consumidor moderno sino instantes, y hay que golpear sus conos visuales para poder ser vistos.

Nadie se concentra. Los ojos resbalan: las mentes resbalan: los seres, los océanos, los continentes, los países, las comunidades de naciones, las latitudes y los polos resbalan. La poesía es la gran resbalante. Se desliza tan furtivamente que se considera extinta. O, al menos, muchas fuerzas quisieran que se extinguiese. Pero ella es proteica. El proteísmo es su verdadero reino.

Las antiguas culturas asiáticas crearon principios ingeniosos para construir apuntes líricos. Establecieron un juego brevísimo de proporciones, y con un sucinto trébol fundaron una atmósfera, atraparon el espacio con un dedo de tiempo. La cultura popular española creó la seguidilla, que es otro hermosísimo trébol o un trinitario zarcillo de vid. Y otros muchos pueblos esculpieron los dísticos inolvidables, que funcionan como conjuros contra el olvido. Arte grande de inscripciones con cincel, con tinta, con pincel, en mármol, en papel, en tela, para que el ojo o el oído que pasen retengan de pronto la hermosura para siempre.

Ahora, entre nosotros, dos bayameses —Bayamo es cuna de nuestra cultura— han creado algo más apretado aún: el verso solitario. No el aforismo, no el haiku, no la greguería, no el lema, no la seguidilla, no la brizna individual del cadáver exquisito. El verso que no supera la línea, y que edifica, sin embargo, un paisaje del alma. Eso es lo que han creado: aún lo perfilan, lo van modelando en sus necesarias contracciones, en su peculiar ritmo interior, en su fosforescente sugerencia.

Idea del poeta bayamés Domingo Cuza, vio a la también poetisa bayamesa Migdalia Rodríguez buscando por su cuenta en la misma dirección, y la ha invitado a participar en esta insólita aventura. A la luz del mítico río Bayamo, como en época de Balboa, otra nave prodigiosa zarpa hacia el porvenir. Así que en esta ocasión se aúnan dos generosas voluntades creadoras, dos fuerzas de fantasía de mucha concisión a ofrecernos sus destellos vertebrados. El lector se encuentra delante de una experimentación que procura nombrar el mundo interior en el menor lapso de imaginación posible.

 

ROBERTO MANZANO. Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949).

Escrito en El Canal, en junio del 2011. Prólogo para un libro escrito al alimón entre Domingo Cuza y Migdalia Rodríguez, del que no poseemos noticia de su publicación.

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