PLURIVERSO, DE LAURA ROJO
Laura Rojo trabaja sin
descanso, componiendo el universo. Su alma creadora posee una vigilancia feraz,
como la rama del almendro en la mano profética de Jeremías. Sabe sin examen
dónde está la dirección más profunda y ancha, porque lo sabe por vocación, que
es un saber orientado y productivo. Creadora de mantras, la palabra es en ella
una llave invisible por donde se puede entrar de modo inconsútil hacia la
esencia de todo. Todo tiene esencia, pues si no la tiene el universo no le
entrega la posibilidad maravillosa de existir. Y ella detecta con rapidez dónde
está la esencia, y la pone con la misma velocidad en las líneas de sus versos
que, como son en realidad sortilegios, se acirculan en un santiamén dentro de
su fina sensibilidad.
Laura Rojo ha titulado su
primera entrega lírica Pluriverso. Titular es siempre redondear una
esencia. Si un título de un libro de
poesía no alcanza la categoría de mantra, por muy sintáctico y desplegado que
sea, no vibra en los ojos y los oídos de sus destinatarios. No convoca ni
exhibe otro orden, más alto y aglutinante. Y si se escribe poesía es para
llamar hacia otro plano de la realidad, mucho más total y armónico que éste en
que vivimos. Pronuncie usted en silencio, con los labios de la mente, la
palabra pluriverso. No se detenga en el significado, sino en la articulación de
los fonemas y sílabas. Es un sonido que
tiene su propia floración, redundante y agregadora, sugestiva y pitagórica. En
ocasiones no hay nada más pragmático que lo que parece superfluo o ilusorio. Un
mantra sonoro nos provoca beneficios sutiles, que no podemos encarecer, y nos
garantiza una atmósfera de apertura silenciosa, de callada germinación hacia lo
conocido y lo desconocido.
Laura Rojo, a pesar de
su juventud, ya viene de vuelta de muchos rumbos. Es muy importante salir, pero
es tal vez más importante regresar. Hay quien siempre está saliendo, pero no
sabe regresar. Los que saben regresar editan adecuadamente el universo. La
totalidad es siempre esférica. Darle a nuestro pensamiento una conducta esférica
es salir hacia la totalidad y regresar. Alrededor del primer libro de poesía de
Laura Rojo palpita una oculta esfericidad, y así como sus palabras se inclinan
hacia la redondez imaginal las ilustraciones que acompañan a los textos son
abiertamente bellos mantras, aéreos y floridos. En sus textos hay espacios vacíos,
discontinuidades ecuestres, como en los dibujos, que dejan blancos dentro de
los giros plurales, sitios de trasiego por donde saldrá y regresará el colibrí
de la poesía, que no es más que una criatura mágica que al detenerse en el
vacío produce otro vacío esférico con sus alas: el vacío vibrátil del colibrí
no es más que una saturación de poesía en el otro vacío esencial.
Laura Rojo llama a su
pluriverso la poética del cambio. Visualiza, no sólo con los ojos de la mente
sino también con los del corazón, que todo fluye, pero que la fluencia tiene un
rizo invisible, una propela en algún eje. Es verdad que insiste en lo diverso a
través de todo su poemario, pero es verdad de igual modo que insiste en la
unidad. Su visión del mundo acepta con tranquilidad lo complejo, lo que se
cristaliza y lo que se aturbina, todo junto, como que la poesía es la mano de
Dios, que ayunta sin dificultades lo más remoto. De la mano de Laura Rojo sube
un pájaro mosca incandescente, que es el de la poesía, y liba en la tierra, en
el fuego, en el agua, en el aire, en el éter, como llama las secciones del
conjunto, la hermosísima fluencia de la vida, que vista a través de figuras
parece una flor abriéndose, con esa misma geometría de sus ojos de mujer
sensible y bella.
¿Cómo puede integrarse
el mundo, con qué mano de dulce habilidad extrema, si no se aman los espacios
natales, las regiones recorridas, las plantas y animales que nos acompañan, los
seres humanos, más próximos o distantes, las voces en diferentes idiomas, con
disímiles compases, con aires concertados por la geografía y la historia? No se
puede amar directamente la totalidad sino cumpliendo un esfuerzo grande en la
búsqueda de semejanza, pero la parte es la verdadera patria del hombre, una
parte que está siempre pletórica de gamas y dinamismos, pero que no deja de
mirar al todo con arrobamiento y lucidez. Qué sensibilidad especial tiene Laura
Rojo, según nos muestra en su ofrenda inicial, para captar lo moderno y lo
antiguo, lo regional y lo cosmopolita, lo urbano y lo rural, la música y el
silencio, lo puntual y lo volumétrico. Tiene todas las facultades para escribir
romanzas y sinfonías, si se detuviera más en las variaciones y las condujera
con su multiplicidad compositiva hasta el final. Las catedrales del mundo están
asentadas sobre pequeños ladrillos, pero hay que saber soldar apuntes para
erigir catedrales líricas.
Nada como escuchar su
voz para sentir las impresiones anteriores en carne viva. Dice en «Florecer»: «Hasta
el desierto / guarda dentro de sí, / el arte de florecer». Agrega de inmediato:
«El alma / reconoce puntos de expansión / en lo subterráneo de los rizomas». Y
culmina el texto: «Una flor es un cruce de intensidades, / pluralidad. / Pájaro
migratorio en medio del caos». En su poema «Mujer-almendro» aconseja: «Se debe
florecer de rosa para las miradas / y ser fruto seco al mismo tiempo. / Todo
consiste en dejarse escurrir...». «Colibríes de Mindo» acaba de este modo,
después de consustanciarse enteramente con el ave: «...solo / en transmigraciones
podré contar algún día, / quizás a un sucesor de la Tierra, / el verdadero
sabor de las heliconias». «Ritornello» abunda en su riquísima visión cósmica: «Recorrer
cumbres y valles. / Ser peregrino del Universo, / habitante del todo». En el
mismo poema, más adelante: «El alma tiene estaciones, / es circular, como la
vida misma».
Junta el Shamballa
tibetano con su Jujuy querido en un atractivo poema en prosa. Cierra así el
texto: «Solsticio de invierno en la Quebrada jujeña; anónima, con los nudillos en
flor, escribo estos versos; tomo la punta mojada de la saeta, con el puño de mi
diestra, me deshago, todo en mí rezuma néctar». En «Ubicuidad», el poema que
sigue, declara su método creador: «...sincretismo entre lo divino y lo humano».
Y lo sintetiza un poco más adelante, con una formulación alegórica: «La Gran
Obra del Espíritu de Dios, / desde el punto de Origen de un abismo, / a la
cúspide del Sol Central». Lo que
concreta más sensorialmente en el poema «Ritornello», ya citado: «Aunar las
voces marinas / con las subterráneas. / Echarse a volar / con libertad de
gaviota». Y en el último texto del conjunto, «Nave nodriza», después de
celebrar los detalles reales de este mundo en paisajes, rostros, cantares, se
eleva visionariamente: «Me arrebujo en la rueda solar / hasta abandonarme en el
fuego. / Soy un animal de agua / constelando en medio de la tormenta».
Un libro de poesía es
una construcción subjetiva. El sujeto se suelta en el verso de modo plural,
brinda a los demás a través del milagro de la imagen inscrita en la palabra su
universo íntimo, que es el modo personal de incluirse en la totalidad. En un
libro de poesía va toda la persona: si no está la persona con sus médulas y perímetros,
con su cogollo y su raíz, con sus hullas y sus diamantes, el lector siente la
vacuidad escenográfica de la redacción. La poesía es siempre hija absoluta de
la honradez. Laura Rojo es palabra viva, a través de sus imágenes se aborda entera
un alma, y esa alma muestra todas sus relaciones con el mundo, y sus estimativas
más profundas, y sus ignorancias y comprensiones intactas. Da gusto no sólo disfrutar
la posibilidad de leer sus textos, sino de poder, mediante la gracia y el color
que ellos generan, visualizar cabalmente a su persona y vislumbrar sus enormes horizontes,
cuando mira a sus campos o sus paisanos, cuando los escucha o los retrata, o
ella se ofrece al amor con todos los sentidos, como una flor de un divino
pluriverso.
Roberto
Manzano
Poeta y ensayista cubano (Ciego de Ávila, 1949)