ELIZABETH REINOSA: CUANDO SE DESNUDA EL VERSO
El libro Striptease
de la memoria, de Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, 1988), premiado en el Concurso de Décima
Francisco Riverón Hernández y publicado en 2016 por Ediciones Montecallado, de
Mayabeque, provincia convocante de dicho certamen, posee los ingredientes
necesarios para establecer un diálogo con la intimidad más honda. Escrito desde
los más profundos laberintos de la memoria: niñez, adolescencia, primera
juventud, vistos a través del cristal implacable e impecable de la poesía,
capaz de asumir cada instante en su verdadera dimensión, en su significación más cierta, sin las concesiones
que hace el amor, o el compromiso con seres cercanos y familiares. No hay aquí
evocaciones idílicas del pasado. Todo lo contrario: el pasado se juzga sin
cortapisas, sin nostalgia por tiempos que habitualmente siempre se recuerdan
como mejores. Tampoco hay autoconmiseración, ira o rencor. Sencillamente se
despliega la memoria, y se deja a la mano recorrer la página desnuda para que
la vaya vistiendo con palabras, que luego serán las que desnuden a quien se
escuda en ellas como en una fortaleza de aire. Todo un complicado ritual, tanto
como es complejo el ser humano en su relación con otros seres humanos. El
eterno compromiso que nos ata al hogar, a la familia, a la costumbre
establecida por los ancestros, suele convertirse, para los espíritus libres, en
lastre o dogal, sin que esto melle el natural afecto familiar. Simplemente se
produce una rebelión interna que aflora en algún momento de la vida. Tal
afloramiento suele convertirse en ese acto de soltar amarras cual prendas de
vestir, en ese striptease que palabra a palabra, verso a verso conforma, finalmente,
un testimonio poético compartible y compartido con los prójimos. Tal es este
libro: un testimonio de lo que guarda el alma en recipientes de memoria, en
anaqueles de recuerdos, conscientes o inconscientes, en cúmulos de sentimientos
contradictorios que encuentran, en la palabra, el acomodo necesario para
convivir en paz con ellos y con nosotros.
Reyna
Esperanza Cruz
RAÍZ
(Fragmento)
II
Una palabra,
un derrumbe,
otro disparo en la nuca.
Una historia que caduca,
una mujer que sucumbe anónima
—a nadie incumbe
la sangre ajena—.
El final
puede venir con la sal,
con una cruz de madera.
A nadie importa siquiera
que el dolor sea real,
que corte la guillotina,
que el veneno se disfrace,
que el arrecife amenace...
Mi propia mano examina
cada lesión,
cada espina,
mi propia mano golpea,
me conduce a la marea,
pero mi cuerpo retorna a la
semilla.
Con sorna:
¿Tienes dios o eres atea?
Buscamos definiciones,
y la vida es movimiento,
no existe florecimiento sin
cambios,
sin excepciones.
Sólo pedimos versiones mejoradas
—lo perfecto—,
requerimos de un proyecto
que exija cerrar la boca,
pero la palabra evoca
casi siempre lo incorrecto.
Mi madre y sus girasoles
no lo entienden,
no discuten.
Nadie pide que ejecuten otros
bailes,
otros roles,
sólo renegar de soles con dueños,
que no iluminan
a todos los que caminan
o se arrastran,
o tropiezan con sus pies...
Los que confiesan sus secretos
se aproximan al patíbulo,
me incluyo.
Sé que no existen paredes sin
oídos,
sólo redes infinitas,
pero intuyo la salvación,
crezco,
fluyo
en silencio como un pez
sin público
y sin el juez
que me juzgue,
no poseo máscaras,
yo sólo veo
que estoy naciendo
al revés...
Fuera
de este embrión:
no
existo
y
aquí me he quedado sola.
Este
pensamiento viola
el
espacio,
pero
insisto en florecer,
yo
resisto la tentación de saltar.
Aquí
no queda lugar para bosque
y
utopías,
sólo
encuentro piedras frías
y
no me puedo abrigar.
III
La niña no tiene miedo,
está lejos,
no hay peligro.
Yo me detengo,
no emigro hacia la nada,
me quedo sin estrategias,
no puedo gritar,
pero no me importa,
porque el futuro se corta
como un tallo,
una cabeza,
mi boca no es la que reza,
mi útero no es el que aborta.
Hay más niños,
hay más flores
creciendo sobre la escarcha;
yo sólo siento la marcha
de ansiedades y temores.
No distingo los colores
porque lo vivo me duele
y mi cuerpo nunca suele ir de rojo,
le disgusta la expectativa,
le asusta
que la muerte también vuele
disfrazada.
Hay tulipanes
que hacen la realidad.
Lejos queda la ciudad
doliendo como alacranes en el
pecho.
¿No hay divanes para interpretar
mis sueños?
Serán nefastos,
pequeños,
imposibles,
delirantes,
neblinosos o brillantes,
serán caprichos o empeños?
La campana no se anuncia,
es la pérdida habitual.
Esta obsesión no es normal,
ni el temor,
ni la renuncia.
No soy yo la que pronuncia este
discurso,
el origen no lo contengo
—corrigen mis palabras «los
expertos»:
En
mi interior hay desiertos
y
columnas que se erigen solitarias—.
Ya no entiendo de cactus,
ni sensitivas,
sólo plantas invasivas me rodean,
no comprendo la ironía,
yo dependo solamente de mis manos.
Sin descendencia, ni hermanos,
la casa no se sostiene.
Pero Dios también previene
la caída y los gusanos.
Fuera
de este embrión:
la
muerte es elección,
es
un juego.
No
la busco, no la niego,
no
me asusta ni divierte.
Solo
escucho que me advierte
de
mis pasos,
del
futuro.
Ni
en las luces, ni en lo oscuro,
ni
tristeza, ni alegría:
sólo
la casa vacía
y
un cántico que murmuro.
IV
Qué hacer con el aguacero
si la semilla no alcanza.
Nada queda,
la esperanza
sólo es algo pasajero.
No la añoro,
no la quiero,
no puede ser talismán,
no me sirve como plan de
resistencia.
¿Es creíble?
El desamparo es posible
si tengo de flamboyán,
de romerillo,
de helecho,
de jacinto y marabú.
¿Necesito de un gurú
que me explique del acecho,
de la suerte,
del derecho,
de la lluvia,
de la savia?
Yo también sé de la rabia visceral,
del desenfreno,
de la mordida,
del trueno,
pero soporto la gavia:
todo crece desde abajo,
todo parte de la ausencia,
cada verbo es una herencia
interrumpida de cuajo,
cada camino es atajo
sin una ruta precisa,
todo tiene su premisa,
todo tiene conclusión,
inicio,
definición...
Todo requiere de misa,
del amor y hasta del odio,
del puñal y la coraza,
del enemigo y la raza,
de la cima como un podio,
de algún sangriento episodio,
de la bendición divina,
de la sed,
de la rutina,
de la clausura y la gente,
del pasado,
del presente.
De lo que cae y germina.
Fuera
de este embrión:
me
llaman.
Son
voces desconocidas
que
profetizan partidas,
que
seducen,
que
reclaman.
En
la distancia se inflaman como antorchas.
No
respiro...
Yo
no estoy,
yo
me retiro al fondo de mi cordura.
La
fruta no está madura,
no
es su color lo que admiro.
V
Todo resulta lejano:
mis pies ya no son mis pies.
Lo prometido no es
la quimera de un pantano.
En mi interior hay un piano
desangrándose.
Estoy lista:
quiero ser la equilibrista,
pero también la secoya,
porque mi cuerpo se arrolla,
reverdece.
Una conquista de la tierra,
de mi piel,
reconstruyo
—como espejo—.
Estoy sola:
no hay cortejo,
pero me exijo ser fiel
—sin ruido, sin cascabel
sin fantasmas,
sin presiones—.
Estoy lista:
no hay razones para dudar,
pero tengo una raíz.
Me sostengo,
pero hay tantas direcciones
que apuntan lejos,
son frutos deseados,
y prohibidos.
De recuerdos y de olvidos,
de alegrías y de lutos,
de incontables atributos
se conforma mi corteza.
Voy armando pieza a pieza
todo el tiempo y la memoria...
La niña como la historia
da la espalda y no regresa.
STRIPTEASE DE LA MEMORIA
(Autorretrato inconcluso)
Una mujer con sombrero, se desdobla
en striptease de la memoria.
Un desliz sobre la cama (velero de
la carne, un mes de enero
de otro ciclo que no existe en
almanaques). Reviste de barniz otra
sonrisa de Elizabeth, de Artemisa
sin ataduras. Persiste, como el
óleo, la gitana. Se ilumina como un
prisma. Es otra Janis, la misma
Alejandra en la ventana
introspectiva. Es Lady Ana, sin verdugo
que desvíe el filo, nadie que envíe
la pirámide hacia adentro.
Como Cleopatra en el centro de su
veneno, sonríe en otra pose
de actriz… sin un rol que la
contenga. Como matrioska, se
venga al no llamarse Beatriz.
Pretende imitar el gris
de la mujer que se aferra a los puñados de
tierra sobre la cara.
No entiende por qué la muerte
defiende a la vida que se aterra de
ser tanto y no ser nada: sólo
fuegos de artificio, un engañoso
solsticio que pasa a ser la mirada
desde la punta quebrada
de un iceberg….
MADAME BOVARY:
Mi mano se estremece con cianuro,
he salido en claroscuro
para caer sobre el plano surrealista.
Pierdo y gano la guerra con la conciencia.
Ya no se funde la ausencia de mi
rostro en los vitrales, acelero los finales y doy
motivo a la ciencia psicoanalista
de dar una razón al olvido. Para Freud pude
haber sido utopía, broma, azar. Me
confundo, logro estar pernoctando en este
sueño que me inventas, un pequeño
laberinto sin salida, gota de cera, homicida
tentación contra mi empeño de coser
las cicatrices, con las piernas bien cerradas
como obsequios —las miradas que
acuchillan, los deslices de otra existencia:
matices de la cuerda y la ruptura—.
Añoro verme segura y caminar sobre el fuego.
Toco el vacío, me niego a tener el
alma pura.
Madame, un hombre me llena de
estocadas. La saliva se torna semen, deriva hasta el pecho, me envenena con
lentitud, vuelve ajena mi voz, la palabra me arde en los labios. Otro alarde: la historia que se repite. Debo asistir
al convite.
Adiós, Madame, llego tarde.
MEMORIA
(Fragmentos)
VIII
Vuelvo a poner los cuchillos
como una cruz de metal.
Vuelvo a limpiar el cristal
que me muestra los colmillos de la
ausencia,
sus anillos de oscuridad y
añoranza.
Alguien me invita a la danza,
a elegir mi antifaz.
Vuelvo a mirar hacia atrás
y me penetra la lanza
del olvido.
Toda muerte
es matrioska del vacío.
Toda muerte lleva un río de sangre.
No me divierte
tener que probar la suerte,
sin negar ni decidir,
de nada vale fingir
que la mañana florece
cuando el sol se desvanece.
Todo destino es partir.
IX
El caos apunta al centro de la
tierra.
Alta ficción en el juego
es la razón, que ya no asiste
al encuentro cotidiano.
Salgo…. entro a la cáscara,
me escondo del veneno,
no del fondo del recipiente.
Feroces entre las paredes, las
voces
me llaman
y no respondo.
X
Los cubiertos
en la mesa sin oración,
sin la cruz.
Me sobra el tiempo.
La luz me inmoviliza,
estoy presa.
Sin el pan,
sin la promesa,
no debo evadir la fe.
Regreso a la taza,
al té,
al futuro que me acosa.
Mi rostro no es el que posa:
el dolor nadie lo ve.
XI
Quiero encontrar un refugio
en la verdad absoluta
de lo incierto.
Alguna ruta a la luz,
un artilugio.
Indago en un subterfugio
que no me vuelva extranjera
en mi cuerpo.
—Pasajera que deja atrás este
averno—.
He de partir a lo eterno.
Pero arremete. ¡Viajera!
XII
Entre límites difusos:
—de la inocencia,
el infierno—.
Aposté por un invierno de regresos
inconclusos.
Para miedos y confusos territorios
tuve un faro.
Fue más violento el disparo
que el sueño,
que la ruptura.
No fue sangre,
fue pintura,
fue irreal mi desamparo.
XIII
Estos años desembocan
en arterias,
desencuentros.
Paralelos los encuentros del espejo,
me provocan bifurcaciones,
evocan el patio,
los remolinos de ausencias,
son inquilinos de la noche
que se alarga.
Su constelación amarga:
las aspas de los molinos.
XIV
Y ahora quién me pregunta
por el tiempo y los disfraces,
quién me exige hacer las paces
con la vida.
Quién me apunta
al pecho con su presunta
añoranza. Quién confiesa
ser culpable. Quién regresa
a cortar la margarita.
Quién bromea, quién me habita.
Dónde queda la sorpresa
sin el papel de regalo,
sin el rojo y la alegría imposible
de este día, que con el dedo
señalo.
Ahora yo me apuntalo,
edifico una verdad sin tonos
grises.
Mi edad
ya no es un sol prematuro.
Ahora me invento un muro,
una casa,
una ciudad.
Elizabeth
Reinosa Aliaga (Bayamo,
Cuba, 1988). Ingeniera en Ciencias Informáticas. Miembro
de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y egresada del XIII Curso de Técnicas
Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido
mención en el concurso Wolsan-CubaPoesía (2011) y mención particular en el concurso
mundial de poesía Nósside (2015), así como el Premio Francisco Riverón
Hernández (2015), el Premio Iberoamericano Décima al Filo (2015) y el Premio
Internacional Voces Nuevas de la Editorial Torremozas (España 2016). Su obra
está incluida en las selecciones poéticas: Poderosos
pianos amarillos (Editorial La Luz, 2014), El árbol en la cumbre. Nuevos poetas cubanos en la puerta del milenio
(Letras Cubanas, 2015) y es autora del cuaderno de décimas En la punta del iceberg (Editorial La Luz, 2011).