ADA ISABEL MACHÍN:COMO UNA CÁLIDA MELODÍA


La poesía, dicen algunos, es dama caprichosa. Al azar escoge quiénes serán sus depositarios en la zona tangible de su intangible reino, mortales mensajeros de su inmortalidad. Es mujer, hombre, niño, todos a la vez, porque es un elíxir para todos los seres humanos, su más pura fragancia, única nave que permite elevarnos por encima de abismos y oscuridades, de egoísmos y angustias, de nuestra terrible finitud. Así, nos regala un trocito de eternidad, un adarme de altruismo, una gota de luz, una nota ligera de su música. Cuando estamos tocados por su aire, somos nosotros y los demás, partícula y universo, gota en el océano e inconmensurable torrente de aguas.

De este modo llegó algún día, de pronto y para siempre, a las manos de una muchacha, y las llenó de palabras que ella transforma en multitud de estrofas que adornan el paisaje y lo llenan de un raro resplandor, de una cálida melodía. Porque Ada Isabel Machín es una mujer-música, un arpa al viento del atardecer. De sus manos brotan —cual transparentes cristales— notas o versos en torrente grávido para saturar el mundo de una belleza que nos ayuda a respirar, sin tanto esfuerzo, en la atmósfera enrarecida de banalidad que cada vez amenaza más con asfixiarnos el espíritu. Sus versos limpios, frescos, profundos, transitan airosos por la página, sin importar si visten el ajustado traje de la espinela y el soneto, o el desenfadado del verso blanco o libre. Nacidos de vivencias o lecturas, de saberes instintivos o adquiridos, hay en la poética de esta mujer un rico mundo interior, una fuerte y sutil feminidad, no como actitud, sino como cualidad intrínseca. Muchas y buenas lecturas, una preocupación por el mundo y las gentes que lo habitan, un hondo sentir familiar, pueblan sus escrituras, que estremecen con su lucidez y naturalidad, tintinear de campana que se acomoda en el oído para luego quedar en el sitio impreciso, pero cierto, donde se asienta el alma. Asomarse al espejo que la autora propone es un buen ejercicio de reconocimiento, una manera de encontrarnos en nuestras desnudeces y atavíos, en nuestro más auténtico sentir.



Reyna Esperanza Cruz









APOLOGÍA ÚLTIMA ANTE RETRATO ANTIGUO







¿Y dónde estaba yo, querida Fina?

¿Por qué planos rodaba dispareja

la compasión que le cerró la reja

a aquel instante tuyo en cartulina?

¿Cómo es que un corazón, cuando se empina,

puede quedarse sordo ante la queja

cuyo latir aun mudo, no declina?

Esa deuda moral —si bien compleja

en su razón más honda—, hoy me deja

este barrunto, Fina:

por andar divagando en la neblina

donde nada se siente ni se espeja,

por resistirme al nudo y su madeja,

yo no te vi rodar por la colina.

¿Por qué calló ante ti mi mandolina?

¿Por qué debió de padecer mi ceja

tanto filo voraz de la escofina

para compadecer, al fin, tu ceja,

para nunca ignorar otra escofina?

¿Me disculpas, Fina?









DESENCUENTROS







Tú que vas repartida por el mundo

congregando lugares que no encuentro,

tú que no tienes borde ni epicentro

donde fijar la nada en que te fundo,

que no habitas siquiera ni un segundo

en lo eterno que dura un desencuentro,

ni en la materia que por ti concentro

y deshago después, meditabundo,

no digas dónde estás. La ausencia labra

a golpe de dolor copiosos males,

y buscarte es un acto innecesario.

Prefiero modelarte, imaginario,

con esa luz que irisa los vitrales,

con el barro que soy, y mi palabra.









PARADOJA







Un vestido sin cuerpo

—con la espina dorsal doblada en cuatro—,

todos los días sufre de lumbalgia,

todos los días lame sus arrugas,

todos los días pide inútilmente

una jabonadura en ciclo suave,

cierta dosis de sol y plancha tibia.

Un vestido sin cuerpo

—fuera de moda, tristemente sobrio—,

tiene libido, aunque se acueste virgen,

sueña con maniquíes voluptuosos

copulando frenéticos ahí,

delante de él, como si no existiese,

como si fuera un trapo, condenado

a que alguna tijera lo desflore.

Y es algo tan común, tan poca cosa

un vestido sin cuerpo,

que cuando muera a manos de los bichos

nadie pondrá una nota en el periódico,

ni un crespón al espejo, ni una flor.

Quizá lo de los cuerpos sea un cliché,

otra manera de voltear el rostro.

Quizá haya ajuares cohabitando en paz

—aquellos bien amados por la carne—,

mas son tantos los huérfanos que pugnan

con el futuro miope, con la senda

amputada una cuarta sobre el muslo.

Quién habla de victorias: se sacuden

la inercia simplemente por cuestión

de amor propio, por suponer que existen.

Un vestido sin cuerpo,

y tanta gente por ahí, desnuda.









SALMO DEL ÁNGEL



Los viejos…son ángeles caídos

 que sólo responden al rito de la muerte.

Adolfo Martí Fuentes



A mi madre



Arma sin hilo, madre, un abalorio.

Que sean tres vueltas de locura aleve.

Júntalo todo con aguja breve,

pero sella después el envoltorio.

Cóseme un parche ungido de jolgorio

con esa luz que hilabas en mi infancia,

záfame aprisa esta costura rancia

que me agobia una cruz insoportable:

cuélgale un lazo de dolor pasable

a esta nuca que sufre tu distancia.



Tiemblas, te ovillo bajo un chal de espuma

porque eres aire toda y te deshilas,

limpio con mis dos puños tus pupilas

cuando la desmemoria les rezuma.

Mas el Cielo, dador de cuanto suma

el erario total de nuestro andrajo,

ya te convoca con feroz badajo

al rito de feriar absoluciones.

Caes cual ángel, rota, sin botones.

Con Dios te marchas luego, calle abajo.









STATU QUO



¿Oveja? ¿Lobo? ¿Pastor?

¿Repugnancia? ¿Mosca? ¿Errata?

 ¿La bala que no me mata?

 ¿El dolor que da el dolor?

 Carlos Esquivel Guerra





¿Quién soy de cara al espejo?

¿Quién, al envés del azogue?

¿Me reconozco al desfogue

de este ser, o su reflejo?

¿Soy apenas lo que enrejo:

polvo, carne, piel, sudor?

¿Imagen del Creador?

¿Revés de su semejanza?

¿Qué me asiste a toda ultranza?

¿Oveja? ¿Lobo? ¿Pastor?

Mi fuero interno per se

cavila ¿en qué locus quepo?

¿Dónde el lirio? ¿dónde el cepo?

¿en lo pagano? ¿en la fe?;

(la lengua oscura del té

no cruje, no se delata),

entonces, ¿de qué se trata?

¿Todo es puro agnosticismo?

¿Fatum? ¿Duda? ¿Nihilismo?

¿Repugnancia? ¿Mosca? ¿Errata?

¿O respondo a un maridaje

entre Hombre y Providencia?

¿La star —según conveniencia—

para el filme y su rodaje?

¿A quién doblo en el trucaje?

¿Al zinc caliente? ¿A la gata?

¿A un tambor sin hojalata

en su voz? ¿Acaso debo

actuar el bien, el placebo?

¿La bala que no me mata?

¿La espuma que me hace fuerte?

¿La manzana, aunque mordida?

¿O fingir que en la caída

habrá luz, aunque despierte?

¿Cuánta vida, cuánta muerte

soy por tu mano, Señor?

¿El cuchillo del traidor?

¿El ángel a tu costado?

¿Otro César mutilado?

¿El dolor que da el dolor?









DA CAPO



Mejor sería la noche, las estrellas

contempladas desde un vientre…

 Raúl Hernández Novás



Gime el útero ancestral

con el enigma en el borde.

Afuera, pulsa un acorde

mi cordón umbilical.

Sedienta voy al brocal,

busco sin ojos el fondo:

un odre ciego, redondo,

ilumina mi esqueleto:

sea el vientre el parapeto,

la patria donde me escondo.



Madre, este tiempo concita

a la trampa del refugio:

la esfera es un artilugio

indefenso, que se agita.

Dios la dispuso contrita

—fruta de néctar plomizo—,

dispuso fuego, granizo,

áspid, mordida, dolor:

fruta de Dios, ¿el error,

o el acierto más preciso?



Madre, santíguame un par

de dados aquí en la frente:

¿no ves que el Dealer nos miente

a todos, como al azar?

Solo me resta enfilar

hacia otro rumbo la quilla;

yo soy pez, tú eres orilla,

plancton vital, filogenia:

que el amnios tienda su venia:

vuelve el clon a la semilla.









IMPOSTURA DEL ÁRBOL



A mi madre



Hay un árbol que ya no pertenece

al cómplice dolor que le dio abrigo.

El árbol que llegó junto contigo

de la semilla de otros muertos crece.

Regaste tú, como quien no perece,

esa arteria parásita y altiva,

que a tu hojarasca de verdores priva

como al pétalo gris que en mí se injerta:

jardinera sin flor, tu savia yerta

dentro del árbol se quedó cautiva.



Dentro del árbol se quedó cautiva

también la fruta de mi noche espesa,

la arrancaré con ansia de hambre gruesa

y morderé su aliento mientras viva.

Que el hacha en desmesura no se inhiba

al horadar la médula impostora:

el árbol que nació en aciaga hora

ya no es el mismo que a tu mies asiste:

como el árbol primero tú te fuiste,

y yo no puedo resembrarte ahora.





Ada Isabel Machín (La Habana, Cuba, 1961). Poeta, música, bibliotecóloga. Licenciada en Información Científico-técnica y Bibliotecología en la Universidad de La Habana y graduada del conservatorio Ignacio Cervantes en la especialidad de piano. Por su obra musical ha merecido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Toda décima 2006 en canción guajira con su obra Porque me besas, guajiro. Como escritora, cultiva todos los registros de la poesía, pero tiene sitio de privilegio para la concebida en estrofas de diez versos, con la cual ha alcanzado lauros como el premio Décima fiebre en el III concurso Décima al filo, con su cuaderno Variaciones en mí menor, en el 2007. En el 2008 obtuvo el segundo lugar en el VIII Concurso Nacional Ala Décima con su obra Del otro lado del tiempo, y en el 2009 su poema Impostura del árbol conquistó el Premio Ala Décima en el XIII Concurso Nacional Regino Pedroso. En el 2013, mereció un significativo reconocimiento: Mención Especial en la XXVIII edición del Premio Mundial de Poesía Nósside. En ese mismo año, ingresó al Grupo Ala Décima y fue jurado del Concurso Nacional que esta agrupación convoca. En 2017 obtuvo el Premio Nacional de Glosas Canto alrededor del punto.

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