ZURELYS LÓPEZ: LEVITANDO EN LA BRUMA
La
poesía brota de las más disímiles fuentes y en las más diversas situaciones:
nos acompaña en horas de soledad, nos aísla cuando algunas presencias nos cercan,
suele cantar el goce de las horas felices y llorar al ritmo de las grandes
angustias. Parece que, definitivamente, el ser humano requiere de la
inmaterialidad de la poesía para reafirmar y, al mismo tiempo escapar, de la
materialidad propia.
Leo
en el diccionario: levitar es elevarse en
el aire un ser humano, un animal o un objeto, sin que intervenga ningún agente
físico conocido. Y creo que, ciertamente, estar en el ámbito de la poesía
nos permite alcanzar ese estado de ingravidez que hace creer que todo es posible,
que no existe lo absurdo, que la mente puede levantar o derribar muros, saltar
obstáculos, ganar distancias.
Por
eso resulta tan acertado el título del libro de Zurelys López Amaya (La Habana,
1967). Levitaciones, publicado en el
año 2015 bajo el sello de Ediciones Matanzas, cuenta la extraña experiencia de
danzar en el aire, de mirar desde allí lo que ocurre alrededor, de estar dentro
y a la vez fuera de las más comunes o atroces circunstancias. Utilizando como
estructura la prosa poética y apoyándose en sucesos y situaciones cotidianas,
este libro narra la experiencia de ser actor, espectador y cronista de una
familia, una época, un país. Fue escrito desde la angustia más conmovedora; en
él resalta la presencia- ausencia de la madre. El texto «Mi madre recoge
flores» pinta una escena, no por común menos dolorosa: «Mi madre recoge flores
blancas y las pone sobre el agua. /…Mi madre se vuelve milagrosa al comedor y
declama una oración a las familias. /Augura que el camino está abierto para mí.
/ Los caminos son piedras que señalan tu suerte».
En el texto «La enfermedad» se puede percibir
el aire cargado de presagios que notamos en la habitación de un enfermo: «Mi
madre supo decir agua, sed, pólvora, rasguño, cadáver, miedo, muerte. / ...Mi
madre se pone de pie junto a su cama y se despide de las aves que esperan las
migajas de siempre». Es de notar con cuán pocos recursos está expresada esta
sensación de ahogo y desesperanza.
Qué
nítidamente se evidencia en el poema «Correr» el sentimiento de inutilidad de
la existencia, la imposibilidad de
encontrar un sentido a cuanto sucede con nosotros en medio del tenso fluir, la
visión de la muerte como la mejor salida; por eso no queda otra opción que acudir
a la hoja en blanco y dejar en ella cuanto nos agobia para poder seguir al
menos respirando. De ahí esta confesión: «Sé que el cuerpo se resiste mientras
el polvo desciende hacia las rocas. No es el miedo quien atrae a la muerte
dispersa, es mi mano que busca la salida».
«Claveles»
es texto sumamente abierto a la intención de evadirse sin partir del todo, ese
estar y no estar que proporciona el acto simbólico de levitar: «Padezco la
verdad y me retracto a veces. / Cada hora que pasa es una esperanza. / Caminar
por las calles como desnuda, / sin un trago de vino y sin botas para cruzar los
diluvios / es como repetirse por los alrededores de esa máscara».
Los
sueños, los que llegan involuntariamente durante el descanso, y los otros, los
que soñamos a voluntad y con ojos abiertos, están frecuentemente en estos textos
y dicen mucho de su complejo mundo interior. En la pieza «El cazador» leemos:
«Mi sueño es un sueño tímido. / Hay un arco con flecha escondiéndose del árbol,
/del venado libre que mueve su esqueleto para no morir. / El venado y yo
salimos a conocer el bosque transitado por arqueros mediocres que desean su
carne. / Mi sueño es un sueño tímido, cansado de mirar reyes que matan elefantes».
Los insomnios suelen ser esquinas de la noche para acostarse a meditar; en esa
indeseada autovisita, solemos magnificar acontecimientos, urdir planes, sacar
cuentas en las cuales nunca llevamos la mejor parte. Es también el momento en
que la caprichosa aparición de la poesía viene a ser tabla salvadora en ese
naufragio entre sábanas. De «El sueño», un sueño huidizo, nacieron estos trenos:
«Perdí el sueño en la noche. Trato de contemplar una estrella que explota en la
galaxia y se convierte en colores deshechos, bellos colores deshechos que permanecerán
por años y nada será igual para el que mira». Y cuando se logra conciliar el
sueño, el despertar suele convertirse en reencuentro con la realidad: «Anoche
desperté llorando como si el tiempo fuera mi sombra. / La sombra me perseguía
hacia lo oscuro».
La
ciudad como trasfondo gris, la casa familiar como refugio o celda donde se
medita, la sordidez de la vida con su carga de miserias y preocupaciones
cotidianas, es característica común en estos textos donde palpita una mujer que
está triste, pensativa, preocupada por sí misma y los suyos, por los
desconocidos que la rodean, por el país que le ha tocado habitar, por el mundo
al que pertenece ese país, y suele mirar en muchas ocasiones al espacio, a las
galaxias desconocidas. Allí se detiene a levitar, sostenida por la fuerza
gravitacional de la poesía, única estrella que nunca explota ante sus ojos.
Adentrarse
en estas páginas puede dar la sensación de que se abre un abismo bajo nuestros
pies. Pero no lo crea. Leer poesía puede ser el mejor modo de poner, bien
firmes, los pies sobre la tierra.
Reyna Esperanza Cruz (Puerto Padre, Cuba, 1956). Poeta, narradora oral, escritora para
niños, promotora y museóloga.