ASIMETRÍAS: UN HIMNO INQUEBRANTABLE


Asomarse al primer libro publicado por un autor es siempre una experiencia deslumbrante. En todo primer libro hay una cierta inocencia emocional y compositiva que no vamos a encontrar en obras posteriores; en él vemos al escritor sin afeites, en una desnudez que sólo son capaces de mostrar los niños. Y esto sucede independientemente del dominio que sobre el oficio se tenga: es como un estado primario del espíritu que se vierte en esas páginas de iniciación editorial.

 Por eso, entrar al libro Asimetrías (Ediciones La Luz, Holguín, 2015), del joven autor holguinero Antonio Herrada, resulta un viaje lleno de paisajes interiores, deslumbrantes por inusuales, y al mismo tiempo familiares. Sus piezas no tienen carácter épico y, sin embargo, en ellos subyace la silenciosa lucha de la resistencia; no tienen carácter trágico, pero se respira en ellos la dolorosa historia de una vida, aún corta, signada por una angustia existencial.

 Son piezas compuestas de forma entrecortada, como si en cada verso vibrara un sollozo que pretende ocultarse, pero nunca detrás de una sonrisa ni de una ironía, sino de una seriedad que deja perplejo al lector en un primer acercamiento. Por eso hay que regresar una y otra vez a cada pieza; algunas de ellas sobrecogen, otras golpean, pero no como una maza brutal, más bien como el martillo de un médico, que procura advertir un reflejo doloroso desconocido para el propio paciente.

 No fueron escritos estos textos de manera ingeniosa, no hay en ellos intertextualidad, no tienen un exceso de referencias cultas, procedimientos muy al uso en la actual poesía. Los versos se acompañan a sí mismos y acompañan al autor, es decir, cumplen su sagrada función de acompañar, el más grande servicio que presta al ser humano la poesía.

 Asimetrías es un libro poco usual también por su estructura: consta de 49 páginas y está dividido en siete secciones: Herencia, Antecorte, Vegetar, Corte, Pulso, Apostatar y Paralelos. La primera sección, Herencia, es la que agrupa un mayor número de poemas (12), y le sirve como pórtico a la sección y al libro el poema «Edades intermedias I» en el que describe, con pocos elementos, un relato simbólico abstracto. La sugerencia se obtiene no por vía plástica, sino por escamoteo de los pormenores. Es una vivencia cifrada narrativamente. Se omite más de lo que se dice de la vivencia, todo está sesgado expresivamente: de ahí que el lector tenga la sensación de que se ha dicho muy poco y que no se quiere hablar sino tan sólo plasmar unas pocas hebras subjetivas.

 El mensaje consiste en decir que forma parte de una generación que no ha sido dueña de su destino, surgida en un contexto que parecía sagrado, pero que al parecer terminó no siéndolo y ha decidido, sin embargo, su vida aún joven. Herencia es un título de sección que parece confirmar lo que sospechábamos. El poeta se siente parte de una generación que está signada por una herencia no escogida. Veamos si se confirma esta hipótesis en el desarrollo del conjunto.

 En el poema «Por el mar de mis ancestros» constatamos que realmente es así: de ahí la inconformidad con el papel que le corresponde para ser coherente con esa herencia: «yo quería ser el agua / pero me hicieron un barco». Finaliza el texto con dos versos enigmáticos: «Hoy basta con un barco de papel / y la ola que va siendo nuestra vida». ¿Por qué va siendo una ola nuestra vida? Por la fluctuación que la caracteriza. Siempre a merced del estado del tiempo, tiene la ola una gran falta de autonomía. ¿Y por qué un barco de papel? Un barco de papel navega en la corriente donde es colocado, pero va a la deriva, es frágil no sólo por su estructura sino porque depende siempre del rumbo de la corriente.

«Volverse» es un poema que da un ligero giro, muestra un cambio: ya el sujeto signado por la herencia se desembaraza de ésta: «mis héroes no tienen nombre / están naciendo / creciendo / lejos de la casa de mi infancia». Es decir, sus héroes son aún desconocidos y existe una sola certeza: no son los que le fueron legados.

Reconoce un enfrentamiento tácito con sus mayores cuando escribe: «madre y padre en el mismo sitio me cuestionan. / No logro parecerme». Con ello no sólo evidencia un distanciamiento de su entorno emocional de origen, sino también la asunción de otro modo de ver la realidad y la creciente sintonía con otros seres más afines a su auténtico sentir: «varios padres me han nacido / y están creciéndome hermanos. / No me reconozco».

 «Nadie en el espejo» muestra la imposibilidad de permanecer ajeno a lo que transcurre fuera del círculo o escenario en que le toca desenvolver su existencia, a pesar de que intentan resguardarlo: «madre limitó la claridad del día / cerraba las ventanas / para que la luz no hiriera mis ojos».

 El poema «Brote» explicita lo anterior. En él se declara ajeno al mundo de sus antepasados: «Las leyendas sonarán lejanas. / Desconozco las batallas que me conformaron». No hay todavía un abierto desacuerdo, no se ha producido el enfrentamiento, pero declara llevarlo dentro «como un guerrero silencioso».

 La pieza «Aquí no vive» es, desde el título, reiteración de lo que veníamos señalando. Decir «aquí no vive» es como preguntarse: ¿vivo o simplemente existo? Hay una inconformidad y un cuestionamiento: «si fuera un ave / picoteando y picoteando / advirtiera que esta casa no es el bosque». O lo que es lo mismo en lenguaje recto: la aldea no es el mundo, hay un universo por explorar más allá que me está vedado por la realidad.

 «La historia del hombre…» nos muestra un sujeto lírico cuya existencia se encuentra saturada de desarraigo, de negación total: «desde mi muerte no he podido nombrar nuestra distancia», y también de una fuerte sensación de encierro a pesar de una aparente libertad: «Creí que el aire no tenía límites / y he terminado en la mitad cercada de las cosas».

«Abrazar la lluvia» es texto que a pesar de la circunstancia adversa constata que ha sobrevivido rebelándose y con una declaración de que se multiplicará a pesar de parecer derribado o muerto: «Quizás mi entierro no fue más que una siembra».

Conformada sólo por tres piezas está la sección Antecorte, antecedida por el poema «Edades intermedias II», del que no cito ningún verso: es una construcción sólida, una pieza que no puede prescindir de ninguna de las partes que la conforman si se quiere apreciar justamente. Tal vez las claves de todo el libro se encuentran en estos textos, que resultan ser los más y los menos enigmáticos al mismo tiempo. En ellos quiere callar, y se trasluce; quiere ocultar, pero revela.

«Poema mudo» es un breve texto que puede servir para confirmar lo antes ex­presado: «El silencio era un himno inquebrantable». Realmente lo que calla o dice a medias resuena en estos textos con mucha fuerza.

«Escribir para no quedarse mudo», primero de los tres poemas de la sección Corte, afirma lo que todo poeta conoce: el mejor modo de sobrellevar angustias e inconformidades es escribir a todo trance: «si mi voz no sale voy a entrar en ella». En este texto puede develarse el secreto, la fórmula mental del libro, cuando el poeta afirma: «Escribo para aparentar vacío». Todo es un aparente no decir lo que de todos modos se está expresando en cada palabra.

«Erupciones» destaca dentro del conjunto por ser quizás la única pieza en la que podemos sentir una rebelión explícita, expresada en estos versos: «con nuestros cuerpos deslizables / rodamos hasta que el volcán explote / el volcán interno / y entonces no seamos rocas / sino cenizas subiendo hacia una realidad indefinida».

«Tener el cuerpo de un país» es un bello texto, casi un poema de amor a una muchacha. A medida que avanzamos en la lectura se reconoce como un poema a Cuba, con una gran carga de inconformidad y dolor y donde se trasluce un sentido de pertenencia a la isla expresado en una permanencia no forzada y que se resume en el verso: «pero tengo un ancla dibujada en mis hombros». Y un ancla es seguri­dad para no naufragar, aunque la tormenta azote la nave-cuerpo del poeta, aunque ese cuerpo tenga una sensación de inmovilidad, de cumplir un papel asignado en una obra absurda: «una vez quise ser un zoológico /pero me sentí amaestrado», que el lector encontrará en la sección Apostatar, en el poema «Crónicas sin viaje», o el temor a ser arrastrado por otras voluntades, que se respira en cada verso del poema pórtico de la última sección, titulado «Edades intermedias III».

«Hombre nuevo», única y breve pieza de la sección Paralelos, cierra el libro. Es de un marcado desacuerdo generacional. Hay como una vuelta al principio, al tema de la herencia no escogida por voluntad propia, que atraviesa el cuaderno. Deja traslucir en sólo tres versos una carga enorme de escepticismo ante lo que opinan sus mayores. Hay una ausencia de sentido en lo que escucha, porque a sus oídos tan sólo llega verdaderamente un rumor monocorde: «Mi padre ha dicho: / —hay un rumor rompiendo interminablemente— / Yo sólo oigo caer la lluvia».

Asimetrías es un libro de juventud. Y es también un libro de madurez. De la madurez que precozmente traen las muchas y buenas lecturas y la visión de lo que se encuentra más allá de lo que logran ver los otros. Esta visión la trae consigo el ángel de la poesía, que nos acompaña con sus ojos. Y nadie duda de que ese ángel sea compañía sempiterna del joven poeta holguinero Antonio Herrada.



Reyna Esperanza Cruz (Puerto Padre, Cuba, 1956). Poeta, narradora oral, escritora para niños, promotora y museóloga.


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