MARINA KOHON: LA CALMA ES UN ESPEJISMO


Hay poetas que escriben torrencialmente; explicitan su universo en un derroche de imágenes que permiten, de inmediato, establecer una total sintonía con sus vivencias o sueños, y de inmediato también, adquirir la clave para conocer su mundo interior. Otros poetas son menos abundosos en señales para allegarnos a sus dominios. Una y otra manera resultan igualmente válidas, porque la poesía es diferente y personal como la voz, tan rica en matices y tan diversa como la vida.
Marina Kohon (Mar del Plata, Argentina, 1965) pertenece al grupo de los que no entregan fácilmente las claves para entrar a su mundo. Su libro La ruta del marfil (Alción Editora, Fondo Municipal de las Artes, Instituto Cultural, Gobierno de Bahía Blanca, Córdoba, 2012) evidencia una muy peculiar manera de acercarse a la poesía. Desde el propio título, estamos en presencia de un libro sobrio. Volumen pequeño, con textos breves, brevísimos algunos, con un alto poder de síntesis, que dejan al lector una sensación de misterio, de imagen vista a través de un velo, potenciada por la carencia de títulos de todos los poemas.
La pieza que abre el conjunto es la única que alcanza un mayor despliegue en cuanto a extensión: estructurada en cinco cantos y un epílogo, es casi una pequeña novela con la maternidad como tema. Hermoso texto que nos deja entrever una angustia, un largo sufrimiento, expresado con gran sobriedad y contención. «Llegaron para detener el silencio / Los pájaros congelaron sus alas. / Hubo ausencia de aire / y en mi vientre un tajo. / Eran dos las luces. / Era la carne una. / Yo pensé en las aguas del Nilo teñidas / y en las siete profecías. / También en cuál era el pecado / por el que un hijo puede hacerse río rojo». Y la ternura sobreponiéndose al dolor como un escudo contra la desdicha: «Permanecimos formando una tríada / estrecha en el respiro, / ellos prendidos de mi pecho / alimentados con mi leche, un marfil de luna / sorprendidos de vernos en el reflejo del otro. /…Recuerdo cantar una canción, / un amuleto para que la sal no nos tragara. / La canción tenía una única palabra / que yo les susurraba en los oídos».
Unos versos de Circe Maia son la puerta al cuerpo del libro donde el amor- desamor es fuerte motivo de expresión. El amor pone alas en los pies, y también palabras en las manos: palabras que luego son testimonio, fotografía en sepia que conserva el instante: «Caer hasta crecerse en alas / y entender / que en la intensidad se sostiene el mundo / que lo que estalla / debe enhebrarse en la luz para ser respirado lento / que el deseo está ahí / consumando su resplandor / tan perfecto en los matices / a lo largo de la ruta del marfil». Pero el desamor es fuego, y cala muy profundamente. Como salidos de una quemadura brotan los versos, desvalidos y convalecientes: «Volé con la inmensa felicidad de los ingenuos. / Y pequé / cada vez / que tejí con espuma / los ojos del amor». O esta pieza mínima, que expresa en envidiable síntesis el dolor por el golpe que a veces no logramos exteriorizar ni con lágrimas: «Ser clavadista en un mar de hielo».
El uso de la antítesis es otro de los rasgos característicos de esta poetisa: «Temí y amé lo incierto», «vi la terrible oscuridad de lo brillante», «bajo el reflejo del poema que me cubre y me desnuda», «mitad yeso, mitad en sangre viva», «los vacíos de la vida y de la muerte», «todo lo que vi era cierto, todo era mentira», «tengo ojos de ángel, de verdugo», «vos y yo: lava y nieve». Sería interesante conocer cuál es la opinión de los sicólogos acerca de las personas que utilizan abundantemente esta figura retórica: ¿se tratará de personas indecisas, inseguras, contradictorias? No lo sabemos a ciencia cierta: pero en la configuración psíquica que la poesía emana y vierte toda antítesis se resuelve en la unidad poderosa de la comunicación, aunque se mantengan vivas en esas simultaneidades las tensiones de la angustia humana. Además de expresar esta complejidad del ser auténtico, es también un procedimiento de representación, y esta poetisa maneja con eficacia dichos recursos.  
 Como esperando un milagro, caminando en puntillas, respirando levemente, anda Marina Kohon por la vida. No gusta de la estridencia, ni quiere hacerse notar más de lo preciso. Pero en esto no la podemos complacer. Sus versos hablan por ella, y aunque lo cumplen con idéntica mesura y sin ánimo de deslumbrar, se destacan en el panorama de la actual poesía argentina y es imposible permanecer indiferentes ante esa voz que nos llega a los ojos para dejarnos pensando si es cierto que «mirar es peligroso / es asomarse a una puerta entreabierta ». Ningún riesgo corremos si nos asomamos a esta puerta entreabierta que es La ruta del marfil: libro remanso, libro susurro, libro calma. Pero ahí asoma Marina de nuevo y nos advierte: ¡Cuidado!: «la calma es un espejismo».

Reyna Esperanza Cruz Hernández

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